La Nación, Argentina. GDA
En medio de la escasez de ingenio de las comedias actuales de humor negro, ‘Muerte en un funeral’ brilla como una pieza rara.
La ficha técnica
‘Muerte en un funeral’
Dirección: Frank Oz
Guión: Dean Craig
País: Gran Bretaña y EE.UU.
Año: 2007. Dur.: 90 min.
Reparto: Matthew
MacFadyen, Andy Nyman…
Se presenta en:
Cinemark, Multicines
y Supercines
Y no es que derroche originalidad, pero ofrece lo que una comedia debe tener: una situación inaugural abierta que culmina en el disparate, personajes de características delineadas, un elenco en el que nadie desentona y un director astuto que sabe ponerle fin a la historia apenas el embrollo termina de desenredarse, y hacerlo con un remate corto y categórico.
Todo transcurre en una mansión londinense durante el velatorio del patriarca familiar. Allí, además de su desconsolada viuda y el hijo que convivía con ellos, se reunirán el otro hijo (un escritor afamado y presuntuoso), algunos sobrinos (con sus parejas) y otros parientes y allegados, cada cual encerrado en su propio mundo y sus problemas.
La cosa empieza mal, cuando la empresa de pompas fúnebres trae al difunto equivocado. Y se pone cada vez peor, un poco por los efectos que una bendita píldora produce en la conducta del desdichado personaje; otro poco porque hay celos, riñas y persecuciones que se hacen cada vez más visibles. Mucho más todavía porque, cuando todo está listo para que un sacerdote con mucha prisa inicie la ceremonia, un desconocido se revela repentinamente como chantajista ante el flamante dueño de casa.
Pero este es solo el principio de la serie de cómicas calamidades que concibió con buen oficio Dean Craig, el guionista de esta película. Todas esas situaciones son tomadas por el director Frank Oz, quien sabe elevar desde el tono casi soso de los primeros tramos al hilarante caos del final.
Y aunque incluye una escena de escatología explícita que puede causar gracia o desagrado, no se vale de recursos fáciles para hacer reír. Su acierto está en el sostenido progreso de la acción, pero sobre todo en el tono farsesco que eligió para contar la historia y que sus estupendos intérpretes mantienen de punta a punta.
Entre los actores del reparto, todos bien ubicados, hay algunos que descuellan por su sutileza, como Matthew MacFayden, el hijo que improvisa la oración fúnebre; por su vis cómica, como Daisy Donovan, la atribulada prometida del abogado, siempre al borde del ataque de nervios. O simplemente porque sus personajes favorecen el lucimiento, como Alan Tudyk, el del desvarío químico, y Andy Nyman, el pobre hipocondríaco al que le toca ocuparse del deudo más demandante y quejoso de todo el funeral.