Fue un viernes del año pasado. Caminaba a la casa de mis familiares por la calle 10 de Agosto, en el centro de Riobamba. Salía de un festival de música que se realizó por las fiestas de la ciudad. Timbré por varias ocasiones pero nadie respondió. Decidí buscar un taxi para irme a descansar.
No me percaté que un vehículo Forza blanco con tres personas a bordo circulaba a baja velocidad. Me observaron pero no les hice caso. Después de unos minutos desaparecieron.
Eran las 23:00, cuando de repente apareció nuevamente ese auto, pero dos de los tres hombres estaban atrás mío. En tono desafiante me solicitaron dinero. Estaban armados con dos palos puntiagudos. Mi error fue poner resistencia para que no me robaran.
Me peleé con uno, pero el otro me atacó por la espalda y me hirió con la punta de madera. En ese instante no sentí nada. Luego comencé a sangrar en abundancia, me preocupé porque pensé que podía morirme.
Un grupo de personas que caminaba en ese instante por ahí me ayudaron. Los sospechosos escaparon en el auto. Corrí el riesgo de que me asesinaran. Fue un error enfrentarme solo a los dos sospechosos.
A esa hora cruzaron por el lugar dos policías, les dije que dos hombres altos y gruesos me asaltaron e hirieron, y que ellos viajaban en un vehículo blanco.
Sin embargo, se fueron, no me ayudaron como lo esperaba.
Con el apoyo de otras personas fui conducido al Hospital Policlínico. El médico de turno me dijo que tenía suerte porque el arma cortopunzante no afectó a ninguno de los órganos.
Me cosieron seis puntos internos y siete externos. Así retorné a casa. El lunes siguiente no presenté la denuncia porque creí que perdería el tiempo y haría un trámite que no me beneficiaría en nada. Además habría tenido que gastar dinero y dejar de trabajar para continuar con el proceso. Desde ese día tengo más cuidado por los sitios que camino para evitar más asaltos.