El 12 de noviembre del año pasado mataron a mi hijo Santiago, de 15 años, y a mi sobrino Edwin R., de 18. Ellos estaban con primos y amigos al frente de mi casa, en el barrio Azaya, en Ibarra.El problema se inició porque mi hijo puso una denuncia contra una persona, porque le había robado el celular. Esto ocurrió el 2 de junio del 2010. Cuando la Policía lo detuvo, le amenazó de muerte a mi hijo.
La noche del asesinato, esa persona llegó con tres amigos en un taxi. Eran, aproximadamente, las 24:00. Apuntó con un revólver a Santiago en la cabeza y le disparó. Mi sobrino había dicho que lo conocía, por esta razón también le dispararon, pero en la boca.
En el incidente, además, resultó herido mi otro hijo de 18 años, que todavía tiene perdigones incrustados en el cuerpo.
Finalmente apresaron a los cuatro. Uno de ellos sigue detenido. El proceso judicial continúa, aunque a los tres amigos del inculpado los liberaron.
Lo que me tiene preocupada es que yo no puedo seguir el juicio, porque no tengo plata, y el desconocido puede salir libre.
Un abogado me pidió 2 000 dólares para hacerse cargo del caso, pero soy pobre. El Fiscal dice que no puede hacer nada.
Lo peor de todo es que por lo que hemos pasado tenemos otra preocupación. Los amigos del asesino de mi hijo nos están amenazando. Ellos viven cerca de mi casa y persiguen a mis hijas, que ya son señoritas, cada vez que las ven. Ellas están aterradas. Incluso golpean la puerta de mi vivienda para asustarnos; no tienen vergüenza. He llamado varias veces a los policías, pero no responden a los pedidos de auxilio.
Dicen que ya salió un patrullero y nunca llega.
El año anterior fue trágico para mi familia. Perdí a dos de mis nueve hijos. El 16 de mayo del 2010 también asesinaron a una de mis hijas en Cayambe. Ella tenía 24 años y fue encontrada con un golpe en la cabeza en una quebrada. Tampoco pude conseguir abogado por la falta de dinero.
Encima de mi desesperación, en la Fiscalía de Cayambe me trataron mal. Incluso me dijeron que era una majadera y que me fuera a pelear a otra parte. De mi hija solo me quedó su hija, una niña que ahora tiene 3 años.
Todo este año he tenido que desfilar casi a diario por la Fiscalía pidiendo justicia. Ya casi ni paso en mi casa. Eso me tiene angustiada porque temo por la seguridad de mis hijas, que se quedan solas.
Ya no sé qué hacer. Quisiera que alguien me ayude para que los asesinatos de mi hijo y de mi sobrino no queden en la impunidad, como sucedió con la muerte de mi hija, allá en Cayambe.