El martes a las 19:15 robaron mi casa que queda en la urbanización 23 de mayo, en el sur de Quito. Estaba en la planta baja hablando por teléfono cuando tres desconocidos jóvenes (dos hombres y una mujer) ingresaron como si fuera su departamento.
[[OBJECT]]El primero que entró me miró y se río. El segundo que ingresó se levantó la camiseta y me dijo ” no gritarás porque te vuelo los sesos”. Pero no lo pensé y a pesar del miedo mi idea era salir corriendo. Huí para intentar esconderme debajo de la mesa.
Vino por detrás y me golpeó en la espalda para botarme de cara contra el piso. Desesperada le grite: ¿ por qué me pegas? Fue lo único que se me ocurrió decirle para que entienda que nunca nadie me ha levantado la mano, ni mi esposo y que él no tenía ningún derecho de hacerlo. Pero este hombre me mortificaba gritándome: ¡Cállate, cállate que te voy a volar los sesos! Y me decía: lo que pasa es que yo busco la droga.
¿Cuál droga? le decía yo. “Todo lo que tengo en mi casa es producto del trabajo de tantos años junto a mi esposo. Nuestro sudor y esfuerzo de hace 20 años. Mientras yo le explicaba eso en un fuerte tono, notaba que le ganaba la moral y cada vez se ablandaba un poco. Pero observe que la joven y el otro desconocido subieron a la planta alta, donde estaban mis tres hijos.
Les amenazaron de la misma manera con el arma de fuego, y claro ellos nerviosos se pusieron a gritar y a llorar, pero estos jóvenes no se detenían y les decían que sino se callaban los iban a matar.
Parecía que tenían esa palabra pegada en la lengua, porque la repetían constantemente hasta el punto de dejarnos traumados a todos en la casa. Tengo dos gemelos de 11 y un pequeño de 5. Se llevaron una computadora portátil, una cámara fotográfica que era de mi hija, una billetera con USD 130 y las llaves de la casa. Pero como locos buscaban y buscaban y repetían que lo que quería era la droga.
Yo les dije que en mi casa no iban a encontrar nada de eso. Abrieron todos los muebles y no hallaron nada. Lo extraño fue que yo tenía mi celular y el de mi nena en la mano y no se llevaron eso.
Gracias a Dios mi esposo no estuvo en la casa porque estoy segura de que lo hubieran matado por defender nuestras cosas. Es increíble la impotencia que se siente en esos momentos y no poder hacer nada cuando estos delincuentes están armados y en un estado en el que si uno se niega no tienen reparos en hacer daño.
Pero lo que más lamento es que en esos casos los patrulleros que brindan supuestamente seguridad en las calles, justo en esos momentos no se den las vueltas y uno queda desprotegido.