Allá por octubre de 1998 mantuvimos una entrevista -en Oporto, Portugal- con el presidente Alberto Fujimori, muy poco antes de la firma de la paz entre el Ecuador y el Perú, proceso que habíamos seguido de cerca con más de una docena de viajes, acompañando a cinco presidentes ecuatorianos.
Cuando asumí la presidencia del Perú en 1990 –nos dijo Fujimori- ofrecí tres puntos claves: terminar con el terrorismo de Sendero Luminoso, reorganizar la economía del Perú y firmar la paz con el Ecuador. Dentro de una semana diré “misión cumplida”.
Así fue. Al “chino” –como le decían en su país- lo que es de Fujimori. Lamentablemente, se le ocurrió lanzarse para un tercer período y, con un mal amigo, se metió en problemas de corrupción y derechos humanos que le mandaron a la cárcel por 25 años. Un final amargo, pero que hoy da paso a un momento de felicidad. Su hija –Keiko, de 35 años- es un personaje del Perú y el 5 de junio disputará la presidencia con Ollanta Humala. ¿Quién va a ganar? Muy difícil. Ollanta tiene la ventaja de una votación más alta en la primera vuelta y Keiko espera atraer más votos que fueron de los otros candidatos. Humala es un postulante de la izquierda –con una presentación moderada en esta campaña- y la joven Fujimori anuncia que continuará con la política económica liberal diseñada por su padre en 1990, que va funcionando ya 20 años, incluyendo los períodos de Toledo y García.
Finalmente, unas palabras sobre el presidente Alan García. En primer lugar, el reconocimiento de que –como consta al público- se ha portado bien con el Ecuador desde todos los puntos de vista. Inclusive, salvando diferencias ideológicas para mantener una excelente relación con el gobernante ecuatoriano Rafael Correa. Luego, propiciando con entusiasmo todas las acciones para mantener y mejorar la relación. Muy bien.
Y es justo a estas alturas anotar las circunstancias únicas de la comparación entre las dos presidencias del gobernante peruano. Con gran votación ganó la primera en 1985. Le fue bien en los dos primeros años. Después se portó como un caballo loco. Con un populismo irresponsable tiró la plata, dejó de pagar las deudas –o pagó solo el 10%-, fue empujando para arriba la inflación, cambió de moneda, liquidó la reserva monetaria y culminó intentando la estatización de los bancos. Entregó el país a Fujimori en la lona y se dio a la fuga, por acusaciones de corrupción. Cuando volvió, 10 años después, sus candidaturas provocaron iras, pero –por el fervor aprista y su verbo- volvió a triunfar y este segundo período fue el de su reivindicación. El Perú presenta cifras de crecimiento permanente. Las inversiones privadas son muy altas, todo va bien proclama. Bien, pero no tanto. No faltan los líos. La pobreza ha bajado, pero sigue en un 34%, buena parte del cual votó por Humala.