Sabrina Duque, Coeditora
Cevallos, Burbano, Chalá, De la Cruz, Delgado, Gómez, Guerrón, Kaviedes, Hurtado, Méndez y Aguinaga integran el equipo. No hay que olvidar a Obregón. No se deje impresionar por los apellidos. El resultado del partido, incluso antes de que comience, se pinta fatal.
En ‘La Frutilla Mecánica’, séptimo libro de Alejandro Ribadeneira, a excepción de Joel Aguinaga todas las futbolistas -porque son chicas- no tienen idea de lo que ocurre en la cancha.
Salomé Obregón, la protagonista, es el ejemplo perfecto. La postulante a Reina de Quito está segura de que Beckenbauer es un filósofo alemán. No sabe a cuántos goles se termina un partido y odia el fútbol porque la pasión de su papá y su hermano por ese deporte ha interferido en su vida social y sentimental.
Se queda admirada cuando su hermano, el Estéfano Antonio, le cuenta las hazañas de la Naranja Mecánica en el Mundial de 1974 y ella le pregunta si no era la Naranjilla Mecánica, como el bar…
Las referencias al fútbol repletan la obra de Ribadeneira, quien es el Coeditor de Deportes de este Diario. Él logra una novela juvenil divertida, con giros que sorprenden. Porque, a primera vista, puede parecer que se dedicará a explotar los prejuicios: las aniñadas sin corazón, las deportistas obsesivas, o, para enfurecer a algunas, que las mujeres no entienden nada de fútbol.
A medida que la novela publicada por editorial Eskeletra avanza, hasta los personajes más superficiales muestran facetas que les dan una nueva dimensión.
Joel, la capitana del equipo, por ejemplo. Ella es una máquina de jugar fútbol con una obsesión que va más allá de querer representar a Ecuador en la Copa en Brasil, premio para el equipo que gane la final del Torneo Intercolegial.
Ribadeneira investigó el lenguaje juvenil y sus códigos. Así, hay diálogos que se desarrollan en mensajes de texto, con las abreviaturas que los colegiales usan. También aparecen las redes sociales de la Web y la jerga juvenil.
El humor es un acierto. En los entrenamientos que parecen nunca llegar a buen puerto, en la actitud despreocupada y superficial de Obregón, lectora fiel de la Chismepolitan, tanto que hasta repite mentalmente sus consejos sobre maquillaje, moda y seducción, en el choque de los mundos de Aguinaga y Obregón, la aspirante a futbolista profesional y la aspirante a Reina de Quito…
El lector no podrá evitar reírse, tampoco, con los diálogos de la Dagor, una simpática muchacha que cambia el orden de las sílabas para que las palabras suenen diferente: soyapa, para decir payaso, saprince, para decir princesa, damier, para insultar…
Mientras tanto, recibirá variada información sobre el fútbol, que se cola en los diálogos de Joelita Aguinaga y de Estéfano Antonio.
Pero, cuando cierre el libro, la historia le habrá dejado una lección de amistad y lealtad. Por cierto, no espere un final al estilo de película de Hollywood. Porque, con ese equipazo…