Se han acabado las fiestas de Quito y comienzan las de Navidad y Año Nuevo. No sé si el cuerpo aguantará tanto dispendio… Sentiría que la Navidad se convirtiera en el cubo de la basura de nuestras ansiedades y frustraciones, una especie de carrera alocada de consumo y de gasto, ajena al sentido cristiano y humano acumulado en el tiempo a lo largo de 2 000 años de cristianismo. En la fe, celebramos la venida del Señor.
Su primera venida y, al mismo tiempo, la esperanza de que algún día el Señor volverá, no ya en la fragilidad de la carne, sino en el esplendor de la gloria. Ese es nuestro destino. Por eso, los cristianos celebramos no solo recordando y mirando hacia atrás, sino poniendo nuestros ojos y nuestra esperanza en el futuro, empujando la historia en la dirección del Bien.
Humanamente hablando, la Navidad ha ido adquiriendo un sentido social y familiar muy especial. Pareciera que en esos días, todos tuviéramos que sacar de dentro a fuera lo mejor de nosotros mismos. El nacimiento de Jesús se convierte en una referencia vaga que apenas nos compromete a ser necesariamente buenos por un día, entre el entusiasmo y la nostalgia. Una vivencia así, a pesar de todo, nos recuerda que estamos llamados a ser mejores y a compartir afectos, sueños y certezas…
Siento que ambas visiones, cristiana y humanista, están amenazadas por un planteamiento estrictamente comercial, interesado y vanidoso, superficial y competitivo. Los buenos sentimientos, lamentablemente, son manipulados en función de los intereses del mercado. Una buena Navidad se mide por el volumen de ventas y por el calibre de las utilidades. ¿Se podrá medir el cariño por el precio del regalo?
Personalmente, tengo un lindo recuerdo de las navidades infantiles pasadas al amparo del hogar, con mis abuelos, padres y hermanos.
Pero he de decir que hoy, para mí, la Navidad se ha ido reduciendo a la maravilla de la liturgia (sigan de cerca los textos del Adviento y de la Navidad y verán qué maravilla) y al gusto de compartir con los amigos del alma risas, afectos y recorderis, eso sí, en torno a una buena carne y a un buen vino tinto.
La solidaridad a la que aspiro me ha llevado también a comprometerme en la Campaña de Cáritas a favor de los más pobres, de aquellos que miran, con ojos
atónitos y envidia no siempre santa, cómo los poderosos de este mundo navegan en sus altos trineos repletos de regalos, esperando que algunas migajas caigan del mantel. La Navidad puede ser un tiempo pedagógico que nos recuerde la necesidad de comprometernos todos los días.
En cualquier caso, les deseo una feliz Navidad cristiana y lo suficientemente humana como para poder compartir fe y esperanza.