La editorial Abya-Yala tuvo el acierto de publicar –en la década del 90- una colección de libros de viajeros, llamada ‘Tierra Incógnita’, de la mano de José E. Juncosa, y del Padre Juan Botasso, salesiano.
De la treintena de viajeros que dejaron plasmadas sus impresiones sobre Ecuador, sobresale el explorador Edward Whimper (1840-1911), un inglés que llegó a Quito en la época posgarciana. Para los ascensionistas y aventureros de este lado del mundo, la sola mención de la obra debió haber sido motivo de júbilo, pues, si era difícil conseguirla en inglés, ‘Travels Amongst the Great Andes of the Equator’, traducida a nuestro idioma (450 pp.), resultaba una ganga y goce para el especialista ávido de conocer peripecias de la vida en las alturas nevadas del país.
Llegado a Guayaquil en diciembre de 1879 regresaría a Londres a fines de julio de 1880. En el corto período escaló el nada despreciable récord de 11 nevados, excepto el Sangay y Tungurahua. Y el que más le impresionó fue el Chimborazo, al que accedió a la cima dos veces.
País de tensiones políticas (gobernaba I. de Veintimilla, 1878-1882), nota Whimper que está frente a una “tumultuosa república”. Ayudado por dos guías de apellido Carrel, establece normas: “No mezclarnos en nada de lo que nos concerniese y respetar las costumbres del país, aunque no estuviéramos conforme con ellas”.
Según Juncosa, “a la hora de redactar su libro, Whymper, pese a su prudencia, no puede disimular un cierto desdén hacia la gente del Ecuador, particularmente los indios, a quienes considera un contingente poco deseable, ni su ironía hacia los ‘nobles’ de esta tierra, cuyas ínfulas injustificadas le causaban risa”.
Cuando habla de Quito y los quiteños, empieza definiendo la hoya de Quito, limitada por las vertientes orientales del Pichincha, muy cerca de ellas confinando con las cadenas de Puengasí. Estima que Quito podría tener entre 60 000 y 80 000 habitantes, pero es una apariencia, pues es menos de la primera cifra, por los espacios abiertos.
Usa el plano de Menten, y los primeros grabados son la de un viejo ‘aguatero’ y una dama quiteña cubierta la cabeza con un manto del que solo se ve un ojo. Esto recuerda ‘las tapadas’, antigua etiqueta del velo, también muy usada en Guayaquil.
La mayoría de casas tiene solo dos pisos y gran parte de las calles posee “insípida apariencia por la poca altura de las casas y la falta de objetos que rompan la monotonía del cielo”.
Tejado llano de 500 acres, admira el valor artístico de las chimeneas, pero Quito no las tiene porque la gente cree que no las necesita.
El hábito de saludar quitándose el sombrero o bombín, era ceremonial apreciable en ciertas familias, aunque hombres pobres no escatimaban usar sombreros de seda de la ‘civilización’.
Para los quiteños, la puntualidad es un vicio pernicioso. “Su hábito inveterado de demora y el uso de la palabra ‘mañana’, han sido tema obligado de cuántos han escrito sobre el Ecuador. Nada debe hacerse ‘hoy día’, “todo se deja para mañana”, y cuando llega el mañana, se deja para mañana otra vez.
Estima que la igualdad de temperatura y de duración de los días, y la idea de que mañana será lo mismo que hoy, tiene que ver mucho en esa costumbre, que no promueve hábitos de previsión e industria. Comparado con hoy, parece que los cambios han sido lentos, porque vivíamos para ‘mañana’, especialmente en las oficinas públicas o en el Seguro Social.