Avenida Teniente Hugo Ortiz, sur de la ciudad, 03:00. El silencio y la oscuridad acompañan el ambiente del sector del Mercado Mayorista. Las luces de los semáforos y las luminarias públicas alumbran ligeramente la vía de ingreso al centro de abasto.
En la puerta hay una especie de peaje. Camionetas, camiones y automóviles entran en hilera a uno de los mercados más grandes de la capital. El pito de los carros, el ‘dele, dele’ de los cocheros y las voces de los vendedores de todas partes del país rompen el silencio de la madrugada capitalina.
“Habla varón lleva los maqueños, oritos, maduros y barraganetes para el desayuno”, oferta Ramón Sánchez, comerciante desde hace 10 años. Él permanece en el vagón de su camión. Desde ahí vigila las ventas y atrae a los clientes. Viste un jean azul, chompa blanca y un gorro de lana con los colores de la tricolor.
Junto a él está Cristóbal Calderón, oriundo de Santo Domingo de los Tsáchilas. Recuerda que desde su adolescencia (12 años) viaja desde su ciudad natal hasta el Mayorista.
“Lo que comercializamos son plátanos, los traemos desde la finca Julio Moreno”, comenta mientras frota sus manos entre sí, para opacar un poco el intenso frío.
Pocos metros más hacia el norte está Rosa Guasapaz, ella viste una falta negra y debajo un pantalón de lana. Su especialidad son las sandías que llegan desde la frontera con Perú. A las 09:00 del pasado lunes llegó desde Santo Domingo al mercado junto con su esposo Luis Ruiz. Ellos durmieron hasta la 01:30 y a esa hora se levantaron para bajar la carga y acomodar las frutas según su porte y precio. “A cuánto las sandías”, grita Rosa Peralta, una comerciante minorista. “La más grande a USD 3,50”, responde Guasapaz.
Su camión llegó a Quito con 2 000 sandías. Comenta que para pasar la carga tuvo que pagar USD 400 en la aduana (USD 0,30 por cada sandía). A eso hay que sumarle el pago a los trabajadores que montaron la carga en su camión, USD 200 más.
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Esa es una de las razones por las que no es tan fácil regatear con ellos. “Si lleva más de 10 le puedo hacer una rebaja”, dice.
El frío es intenso, pero las jocosas conversaciones entre vecinos y las canciones de música tropical amenizan la zona de productos que vienen de la Costa.
Allí se comercializan plátanos, naranjas, limones, mandarinas, sandías y piñas, pero no las de Milagro. Esas se van a Guayaquil. A Quito arriban las de Santo Domingo y Quevedo, afirma Bienvenido Zambrano, quien con exactitud coloca las piñas una sobre otra, en forma de pirámide.
05:30. El viento sopla con fuerza. La ropa abrigada no basta para opacar el frío. “Hay que hacer una fogata”, murmura Carmen Trujillo, quien tiene un puesto de achotillos y zapotes. Su pedido no tiene mucha acogida. “Ya mismo amanece mujer, no seas floja”, le dice su vecina.
En el sector de las verduras el ambiente es diferente. No hay música y los vecinos casi no hablan entre sí. El vestuario también cambia. Los ponchos y los sombreros priman. La concentración de una mujer que sentada sobre un cajón de madera desgrana choclos, sorprende. No levanta su mirada del costal. Junto a ella está Amador Tunes, él vende tomates que vienen del norte del país.
Son las 05:50 y los primeros rayos de luz alumbran el cielo quiteño. El movimiento se intensifica en el sector. Las voces regatean, piden la yapa, dan instrucciones, ofrecen, exigen.
Para los comerciantes es la ley del mercado, el que habla más alto gana un cliente, un coche o simplemente llama la atención de los transeúntes. Esta intensa rutina se extiende hasta el mediodía.
1 400 comerciantes
El Mercado Mayorista tiene una superficie de 14 hectáreas. Está dividido en pasajes.
Hay dos parqueaderos.Uno es para camiones con una capacidad para 300 vehículos. Y hay otro, con 200 espacios para vehículos livianos.
El 22 de septiembre de 1981, el mercado fue inaugurado por el alcalde Álvaro Pérez. Actualmente alberga a más de 1 400 comerciantes.