En la cosmovisión andina, la planta del maíz es comparada con el hombre. Al igual que él necesita alimento y agua para vivir. Tiene un alma y también puede morir.
Es por esto que cuando el miembro de una comunidad moría, su cuerpo era envuelto en una estera, junto a él se colocaban sus pertenencias más preciadas, se ofrendaban algunos granos de la planta de los Andes y de esta forma se encomendaba su cuerpo y alma a la madre tierra.
Esta imagen es recreada en una sala del Centro Cultural Metropolitano. Ahí, Mabel Espinosa, guía del museo, explica a un grupo de cinco estudiantes de la Universidad Central qué parte de esas costumbres aún se mantienen en las comunidades indígenas del país.
“Es común ver que en la noche anterior al Día de los Difuntos, los familiares lleven a los cementerios comida para compartirla con sus seres queridos que dejaron este mundo”, cuenta.
La visita a este Centro Cultural forma parte de una de las tres rutas que la Red de Museos del Centro Histórico ha preparado para que los quiteños y los turistas conozcan más sobre los ritos fúnebres del país y de la ciudad.
En la siguiente sala se muestra otra recreación de las costumbres fúnebres del Ecuador, pero ya no se ve esteras o vasijas de barro. En la esquina del sitio hay un altar. Espinosa asegura que antes esa era una pieza fundamental en el diseño de las casas quiteñas.
Con una sonrisa, muestra un cuadro de un abuelo fallecido, junto a él hay varias velas, estampitas de santos y la cabeza de un maniquí luciendo un velo negro.
El grupo sale y camina por la calle García Moreno, toma la Chile, cruza la Guayaquil y llega al convento de San Agustín.
Ahí, la guía María José Galarza recibe a los visitantes y los lleva por las criptas. Abre una pequeña puerta que se confunde con parte del retablo principal de la Sala Capitular e invita a los asistentes a ingresar. El piso es de piedra y hace frío. Galarza explica que antes, los agustinos solo usaban los ataúdes para velar al difunto, mas no para enterrarlo en él. “En las paredes se hacía un hueco de 60 centímetros y si el sacerdote que iba a ser sepultado media más, se le mutilaba las piernas”.
El recorrido dura cerca de 30 minutos. Ahí concluye la primera ruta. La segunda se inicia en el Museo Alberto Mena Caamaño. Ahí está representado, en cera, el escenario de la masacre de los próceres de la Independencia. Ricardo López, guía, contó que la iniciativa Difuntos, el poder del adiós, es un proyecto que busca rescatar las tradiciones fúnebres de la ciudad y que estará abierta hasta el 3 de noviembre.
Luego, se visita el convento de la iglesia de San Francisco. En ese lugar se recrea un funeral franciscano: eran enterrados con sus hábitos y en su velatorio se colocaban cuatro tenebrarios que representan los poderes de la iglesia.
La última ruta parte desde la Catedral Metropolitana. Ahí se visita la capilla de las almas, que es considerado el primer cementerio de Quito, según informó Daniel Maldonado, guía. Enseguida, los visitantes van a la tumba del Mariscal Antonio José de Sucre. Cuatro pinturas del artista Víctor Mideros (sobre la esclavitud, la libertad y las batallas de Pichincha y de Ayacucho) son uno de los atractivos.
La ruta también incluye la visita a iglesia de La Compañía. Allí está la tumba de María Augusta Urrutia, rodeada de pinturas y esculturas de la Escuela Quiteña.
Cada recorrido considera la visita a dos o tres museos del Centro Histórico. El costo es de USD 1 por persona. A las 19:00 del jueves 1 de noviembre se realizará un recorrido clausura por el tradicional cementerio de San Diego y por las criptas de la iglesia El Buen Pastor, ubicada en el sector de La Recoleta. La ruta será guiada por El Alma del purgatorio, un personaje de Quito Eterno.
Los visitantes además podrán degustar de la tradicional colada morada y de las guaguas de pan.