El fervor por la música y el altruismo han motivado a seis jóvenes a abrir una escuela musical, en el sur de Quito, para los niños y jóvenes de escasos recursos.
[[OBJECT]]Liderados por Fabricio Arias Trujillo, pianista graduado en el Conservatorio Franz Liszt y director general, hace más de dos años se propusieron hacer la escuela como alternativa a los centros del norte. “Los conservatorios y escuelas que están en el norte de la ciudad -dice Arias- mínimo cobran USD 100, lo cual es un obstáculo para los chicos más pobres, por ello decidimos fijar la pensión en USD 30 por mes, una cantidad más aceptable”.
A Fabricio Arias le acompañan en esta aventura artística Daniel Villacrés (profesor de violín), Julián Pontón (guitarra) y Milton Loachamín (piano), John Hidalgo (bajo) y Felipe López (batería). Son jóvenes maestros de entre 20 y 32 años.
Arias es dinámico y entusiasta. Un grupo de alumnos sigue con atención sus palabras.
Ellos ocupan una pequeña y sencilla aula de la Iglesia Cristiana Josué, en El Camal, diagonal al Mercado de Chiriyacu. Allí, la iglesia ha prestado seis aulas (cada una para 20 alumnos) y un cómodo auditorio para que los estudiantes reciban las clases.
Arias reconoce el apoyo de los cristianos, cuya iglesia -de fachada amarilla- ocupa al menos 1000 m² en el barrio sureño.
“A los profesores nos conmovía -continúa el Director- ver a los chicos con mucho talento y sin plata, querían aprender música”.
Con fe y tesón forjaron la escuela. Tanto que 40 alumnos pasaron los respectivos niveles, 12 en total, de tres meses cada uno.
Pequeños y grandes, blancos y morenos, a los hombres y mujeres les pican las manos por interpretar los instrumentos que tienen cerca: tres pianos Yamaha y guitarras Primer Classic USA, eléctrica, y Vogel, hecha en Ecuador. Los dueños, los hermanos Jorge y Javier Tene, de 18 y 16 años, respectivamente, las llevan como si fueran sus trofeos más preciados.
Arias, alto y delgado, de lentes finos, invita a pasar al auditorio para escuchar a los chicos que aprenden tres materias básicas para todos los instrumentos: teoría musical, solfeo y ensamble.
Todos dejan el aula, de bancas metálicas verdes y un pizarrón de tiza líquida, y corren al auditorio.
El local es amplio, sobrio, sin ningún cuadro místico. Siete floreros vistosos, de heliconias amazónicas, rosas y orquídeas, adornan un proscenio desde el que se ofician los cultos dominicales.
Allá suben, contentos, los hermanos Tene y María Belén Tamayo; Abigaíl Usiña, de 11 años; Brandon Gamboa (7 años), John Rodríguez (9 años), todos dedicados al piano. Jeremy, de 4 años y hermano de John, el más chico, arma una fiesta cuando toca las teclas blancas y negras del piano Yamaha. Steven Torres, de 15 años está a punto de ingresar a las clases de piano. El nuevo ciclo de estudios se abrirá en los primeros días de mayo.
Bajo la dirección de Arias Trujillo, los niños y adolescentes se ubican en sus puestos, se acercan a los instrumentos, los palpan como si fueran a iniciar una ceremonia sacra y pronto invaden las sutiles notas del Himno a la Alegría, la canción favorita, parte de la Novena sinfonía de Beethoven.
Los pequeños artistas muestran sus destrezas: leen las notas, miran de reojo al músico vecino, hacen muecas, sonríen, hasta que consiguen la ansiada armonía de pianos y guitarras.
El auditorio se llena con los acordes de esa melodía de paz y los chicos olvidan sus vidas difíciles, pues si bien reciben el apoyo de los padres, que tienen modestos ingresos, deben combinar las tareas escolares con la música.
Tocan otros ritmos de sentido cristiano. La mayoría de alumnos profesa esta religión, también les encanta el rock alternativo, la música folclórica y el reggaetón.
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En un descanso, los estudiantes confiesan sus historias, matizadas por el sacrificio y la perseverancia por convertirse en músicos sensibles y, de hecho, coincide la mayoría, en mejores seres humanos.
John Rodríguez, por ejemplo, una vez que concluye las clases en la Escuela República de Brasil, de Chimbacalle, debe viajar a su casa, localizada en el Rancho Los Pinos, al sur de la av. Simón Bolívar, cerca de Tambillo.
Sube a un bus de la línea Lucha de los Pobres, apura los deberes, y a las 16:00 está de vuelta a la Escuela de Música ASER (en hebreo significa dicha o gozo).
“El piano me gusta mucho, por eso no importa el esfuerzo que hago, pues a las 18:30 retorno a casa, un lugar lindo, junto a un bosque”, dice el niño. Junto a él, Jeremy susurra: “Yo sí le acompaño”. Robert, el padre, es militar en el Cuerpo de Ingenieros, y la madre les espera en la casa.
John explica que no tiene miedo al subir al bus. “Nunca hablo con extraños”, dice, y agrega que los padres son felices cuando toca el piano, ya va en cuarto nivel.
Fabricio Arias confirma que los pequeños músicos estudian los ciclos normales de escuela y colegio. “Pero la música completa su formación y espiritualidad, muchos son católicos, respetamos su opción religiosa”.
María Belén Tamayo admira a los músicos cristianos Álex Campos (Colombia), Marcos Witt y Jesús Adrián Romero (México), también le agrada el rock y el reggaetón. Milton, el padre, trabaja en bienes raíces, y alienta a María Belén. Sueñan con tener sus bandas para alegrar la vida de la gente. “Contribuimos a tener un mundo mejor”, concluye Arias.
BREVES DEL PLANTEL
La escuela de música funciona en las calles Andrés Pérez 1261 y Gualberto Pérez, El Camal.
Las nuevas clases. Para mayo se anuncia otro ciclo escolar. Los interesados pueden comunicarse al teléfono 09 273 8692. Los niños provienen de Solanda, Villa Flora, Quitumbe…