El Centro Histórico de Quito está caracterizado por sus iglesias, eso más allá de la destructividad de los terremotos y las ideologías gubernamentales. Muchos quiteños seguramente no serán católicos, pero no por ello dejan de apreciar el arte de nuestros templos.
Los hispanos que fundaron la ciudad en su actual emplazamiento, eran profundamente cristianos y venían de las tradiciones medievales. Sus cofradías y otras organizaciones de devoción fueron asimiladas también por los indígenas.
La vida de Cristo en sus diversos momentos constituyó el motivo permanente de las pinturas y esculturas realizadas por los hábiles artistas que surgieron a lo largo de los 300 años del dominio español.
El nacimiento de Jesús fue representado de manera constante, especialmente en los claustros femeninos. Ahí podía ser venerado a lo largo de todo el año. Pero además, cada iglesia contaba con sus propias estatuillas, que las exhibían en artísticos pesebres durante el período navideño, desde el 16 de diciembre hasta el 6 de enero.
Las figuras de los nacimientos no eran únicamente las de San José, la Virgen y el Niño, sino que se extendían a los padres de la Virgen María: Ana y Joaquín de cuya existencia se conoce solamente por los Evangelios Apócrifos y las visiones de algunas místicas, como Ana Catalina Emmerich. Muchas de las iglesias quiteñas dedican hornacinas a Ana, cuyo nombre proviene del hebreo sefardí jana, que significa “benéfica, compasiva, llena de gracia”.
En la Catedral Metropolitana existe una capilla dedicada a la madre de la Virgen María, que se construyó gracias a donaciones, pues la tomaron a su cargo el contador Francisco de Ruiz y su mujer, doña Ana de Castañeda.
En las reformas efectuadas al templo catedralicio, bajo el gobierno de Héctor Luis Barón de Carondelet, se encargó a Manuel Chili Caspicara el rehacer el retablo de Santa Ana. Este dispone de un callejón central, con un nicho inferior para el Niño Jesús, su madre y su abuela. En la parte superior, se colocaron las imágenes de Zacarías y Santa Isabel. En cambio, que en los lados se encuentran San José, San Joaquín, Juan el Bautista y Juan Evangelista.
Las columnas se hallan revestidas de adornos simples y las imágenes son elegantes y sobrias. Igualmente en la Capilla del Rosario de Santo Domingo, dedicada a la Virgen de esta denominación, que se trata de una de las joyas del arte quiteño, volvemos a encontrar a la Sagrada Familia en diversas hornacinas.
En el Monasterio del Carmen Alto se encuentra un grupo del nacimiento con imágenes policromadas del estilo de Legarda.
Pero el más notable de los belenes es el que se halla en el Carmen Bajo de la Santísima Trinidad. Se lo instaló en una extensa sala rectangular, en tres de cuyos lados se ha dispuesto una gradería para simular montañas. Contiene representaciones de los Misterios gozosos del Rosario, además de figurillas del siglo XVIII, que reflejan escenas domésticas de aquel tiempo.
De acuerdo con José María Vargas, en este nacimiento se ha conservado la muestra más rica de ejemplares de cerámica quiteña procedentes de la fábrica que se estableció en la presidencia de José Diguja (1777–78).
Los mencionados pesebres constituyen pocas muestras de lo que ha significado la Navidad en Quito, que por su encierro en montañas, las iglesias y sus campanas tuvieron en el pasado un profundo tono místico.