Por plata, no ha faltado. Según datos del Plan de Gestión del Centro Histórico, entre 1988 y el 2013, se han invertido USD 334 millones. Con la frialdad propias de las cifras, esto quiere decir que se han destinado 13 millones, en promedio, al año.
Esta cantidad es significativa si se toma en cuenta que, para la recuperación del convento de San Francisco, planteada por la Unesco, se buscan conseguir tres millones de dólares.
Lo que sucede con esta edificación patrimonial muestra que hace falta más integración en las acciones de conservación y de protección de este patrimonio reconocido por la Unesco. Integración vista en función de que el Municipio, el Estado o la cooperación internacional no siempre deben estar con la mano extendida para entregar recursos.
Debe marcarse un punto de quiebre, fijado por la decisión de que quienes administran estos bienes patrimoniales deben alcanzar un nivel de autosustenbilidad que les permita ejecutar obras de mantenimiento constantes. Que lo que suceda con techos, paredes, pisos, estructuras sean perfectamente manejables por quienes tienen a su cargo estos bienes. Igual debe ocurrir con cuadros, esculturas y otras obras de arte que son parte de esta riqueza.
La entrega de recursos “extraordinarios” debe estar marcada por la eventualidad: en el caso de Quito, lluvias por demás excesivas o sismos que causen cierto nivel de daño.
Por fuera de esto, toda inversión debe estar acompañada de acciones que posibiliten, en el corto y mediano plazos, esta generación de recursos. Más responsabilidad recae sobre aquellos inmuebles que tienen más facilidad para hacerlo. Conventos e iglesias encabezarían la lista.
Crear espacios para cafeterías u hospedajes, como se plantea en el caso de San Francisco, es viable y como un plan piloto pudiera replicarse en el resto de estructuras de este tipo. En todo esto, la nueva administración municipal tiene la palabra. Hay que reajustar la gestión del patrimonio.