En el parque central de Cumbayá se funde lo tradicional y lo moderno. En este sector de la parroquia del noreste de Quito, el entorno está flanqueado por la iglesia y por el convento San Pedro, por el Centro Educativo Carlos Aguilar y por casas antiguas con techos de teja, donde se instalaron lujosos restaurantes y bares.
La calle Francisco de Orellana, que da a la iglesia, es la única peatonal. Unos bolardos verdes impiden el paso de los carros. El piso de las aceras es de adoquín de colores. El remodelado parque es apacible. En el centro, una pileta de piedra que tiene dos caídas es la mayor atracción.
Ocho senderos atraviesan el parque. En las áreas verdes, bien cuidadas, hay frondosos árboles y grandes palmeras. Hay personas que descansan, leen, conversan y tocan instrumentos musicales en el césped o en las bancas de hierro forjado y madera.
Cuando Segundo Salazar era niño, el piso del parque era de tierra. A sus 72 años recuerda que allí se realizaban campeonatos de pelota nacional (un juego que consiste en pegarle a una pelota con una tabla con pupos de caucho). Los vecinos armaban equipos. “Fue una linda época”. Hoy, el lugar para los encuentros deportivos es el coliseo parroquial.
Los vecinos mantienen la costumbre de saludar, incluso a los desconocidos, mientras recorren el parque. Luis Columba tiene 39 años y vive en Tumbaco. Acostumbra a sentarse en una de las bancas de hierro forjado, frente a la pileta, a tocar la guitarra.
Es mecánico automotriz de profesión y músico por afición. Para él, el parque central de Cumbayá es el mejor lugar para inspirarse. “Vengo acá para poder componer las canciones”. El miércoles último en la tarde ensayaba sin parar: “Aléjate, por el amor que yo te daba, te llevarás todo, mi juventud, mi vida entera”.
Quienes paseaban por allí se acercaban, lo escuchaban y le pedían más canciones. Al otro extremo de la pileta estaba Lizardo Torres, un octogenario a quien le gusta descansar rodeado de árboles y en un ambiente tranquilo. “Aquí es abrigado y se siente una tranquilidad única”.
Hay parejas que también hacen de este su sitio de encuentro. Hay quienes caminan tomados de la mano y otros, más descomplicados, que se dan apasionados besos con la pileta de fondo.
Amira Armijos esperaba, el miércoles, a un compañero de la universidad para entregarle unos trabajos. Desde una banca veía el ir y venir de la gente, que caminaba a paso lento. “Es un sitio que todos conocen y es tranquilo”.
Desde hace cuatro años, Imelda Toaquiza acostumbra a leer la Biblia, mientras el agua de la pileta se vuelve multicolor por la iluminación ornamental. Es evangélica y cada que se anima predica y se ofrece a hablar de la palabra de Dios con los transeúntes.
A las 17:45 se escucha el repique de las campanas que anuncian la misa. Los feligreses cruzan el parque presurosos para alcanzar el inicio de la eucaristía. Entre ellos, los esposos Segundo Chuquimarca y María Salazar, quienes llevan 59 años de casados.
Al oscurecer, las luces de neón iluminan de verde y lila la pileta y los árboles. También se encienden los letreros de los restaurantes y bares. El diseño arquitectónico de los locales armoniza con el estilo de la plaza.
En el bar Cats, las paredes anchas son de adobe, las ventanas tienen marcos de madera, el piso es de tabla y la decoración recuerda a la década de los ochenta.
La oferta gastronómica al rededor del parque es muy variada. Se puede encontrar desde pulpo a la gallega hasta comida escocesa, pasando por el sushi.
Una vez al mes, la tradicional retreta convoca a los vecinos en una de las esquinas del parque, en la intersección de las calles Manabí y García Moreno.
El miércoles, la Banda de la Policía Nacional amenizó la noche al ritmo de Lindo Quito, mientras en Cats sonaba Hotel California, de Eagles.
Los locales atendieron hasta las 02:00. A esa hora, la iluminación ornamental del parque se apaga y por las calles aledañas caminan grupos de jóvenes y de adultos, quienes se dirigen a sus casas. La tranquilidad persiste.
Más atractivos
Alrededor de la plaza también se ubica la Galería Comercial Paseo del Parque. Allí hay un gimnasio, pizzería, peluquería y boutiques.
La platería peruana tiene su espacio junto al parque, en la joyería Packots.
Los locales de comida tradicional se mezclan con los de comida gourmet. Por ejemplo, está el restaurante Sazón Manabita y una cafetería que ofrece café con humita y bolón de verde.