En el local 479 del Centro Comercial Ipiales se vende, desde hace 20 años, productos, supuestamente, para contrarrestar la envidia, la infidelidad, el odio, el despecho, entre otros. Hay jabones, inciensos, perfumes, velas y amuletos.El local de 2 m² está abarrotado de pequeñas botellitas rotuladas con nombres que identifican los aromas: naranja, violeta, tabaco, etc. También hay nombres más sugerentes como siete potencias, combatiente, dominio y ven a mí. No faltan los extraños: pimienta voladora, desatrancadora y retiro.
Una docena de locales del Centro Comercial distribuye este tipo de productos. Sus dueños se abastecen en Colombia y en Perú.
Las marcas están impresas artesanalmente. Por lo general, incluyen fotogramas de telenovelas antiguas, reproducciones de láminas educativas o toscos diseños que parecen sacados de un antiguo programa de ilustración.
“Todos creemos en algo”, asegura Rocío S., dueña de uno de esos locales. La mujer de 57 años, delgada y morena, hace una pausa mientras barre. Luego prosigue con una mirada suspicaz: “Usted sabe, en el mundo no solo hay personas buenas”. A pesar de esa tesis, ella no usa esos productos.
Para ella, más que una creencia es un negocio. Talvez por eso tiene información básica de lo que vende. Para la suerte, sugiere a sus clientes, champán con esencia, aceite y aromas.
A las mujeres que se acercan desesperadas por el devastador ímpetu alcohólico de sus maridos, Rocío les sugiere un polvo llamado tripas del diablo. “Parece que sí funciona. Hay una señora que viene todos los meses y me dice que su esposo toma menos”.
Un producto muy solicitado es la vela del desespero. Es para las personas que sufren por el abandono de sus parejas. El procedimiento exige hacer unas incisiones escribiendo el nombre del ausente y se la prende todo el día. Quien lo hace espera el retorno de su ser amado.
Hay clientes que llegan con largas listas solicitadas por los curanderos. Los requerimientos son desde el conocido jabón sígueme sígueme hasta la vela del amor.
Doña Magaly, propietaria de otro local, reconoce que por allí pasan conocidos adivinos, que tienen programas de televisión.
En la mañana del martes pasado, Francisco R. compró seis docenas de polvos de la Cruz de Caravaca, cuatro docenas de velas aleja amantes y dos docenas de muñecos de tela. Esa cantidad de artículos, suficiente para hechizar a un pelotón, los vende a los clientes de su hermana, una curandera que tiene su consultorio por el sector de Turubamba.
Claudia C., de 30 años, recorrió los 12 locales en busca de una especial esencia de tabaco. Tiene el rostro deteriorado. Es la huella de las noches de insomnio.
Su esposo, un cabo de la Policía, trabaja en el turno de las noches. Ella sospecha que en ese horario, las ocupaciones de él son de otra naturaleza, totalmente distinta a su trabajo de vigilante.
La esencia le servirá para un baño especial que debe hacerse durante nueve noches. Está dispuesta a probar si esa estrategia será suficiente para que su esposo se quede las noches en la casa.
Ana es colombiana y tiene un negocio de comidas en el sur de Quito. El martes último visitó los locales. Su intención era encontrar un jabón azulado que en su interior tiene un aceite para la suerte. Le recomendaron para atraer a más clientes.
Magaly le ofreció un espray para la suerte conocido como perfume maravilloso. Ana escuchaba con atención los beneficio de la sustancia y lo compró.
Entre el intenso movimiento de compradores y vendedores, un hombre elegante se acerca al local de Rocío. Solicitó la Cruz de Caravaca. Está convencido de que como amuleto atrae buenas energías y poder. Es otro de los visitantes a este singular sector del Centro Comercial Ipiales.