Carolina Guarderas
Madre y artesana
Ser mujer abre un mundo de actividades que cumplimos por necesidad y, muchas veces, porque no nos queda de otra. De niña adoraba las tacitas de los parques de diversiones, en esos instantes en que me sentía diminuta inició mi gusto por las miniaturas.
Hija de padres melómanos, hábiles dibujantes, cantantes, cocineros y bailadores, era lógico que el arte estuviera ligado a la mayoría de mis quehaceres. Perder a la madre en una tierna edad también te hace más ‘tacita de porcelana’, entonces te adaptas, te vuelves maternal y vas intentando compartir lo que aprendiste. Luego despiertas como toda una mujer repleta de historias, cada una con su elenco y banda sonora. Los brazos se te han vuelto más grandes y abrazadores ¡muy sensibles! Es que no solo cargan, arrullan y consuelan a los hijos, sino que abrigan saludos, despedidas, penas, alegrías. Y no solo atrapan gente sino sueños, promesas y proyectos. Así nació el Taller Antara, con el que he enseñado a cientos de niños y jóvenes sin ninguna preparación musical a construir y tocar instrumentos.