Cuando en 1993, Quito pasó de cantón a Distrito Metropolitano, el propósito fue ver a esta jurisdicción como una integralidad, como un todo, por el crecimiento que había registrado. Se planteó una visión más amplia, pero incorporando sus particularidades; de allí, el origen de las administraciones zonales.
Se trata de una integralidad, por ejemplo, en función de la cobertura de servicios. En transporte y movilidad, esta visión obliga a mirar a un Distrito con sus 32 parroquias urbanas y 33 rurales. Entonces, debe quedar claro para autoridades y habitantes que el metro es una solución con sus limitaciones en tiempo y en espacio geográfico.
Así, los 22 kilómetros que tendrá su recorrido (que operaría en el 2016) aportarán enormemente a disminuir el tiempo de desplazamiento de los quiteños, de norte a sur y viceversa, tomando en cuenta esa conectividad que se generaría con las estaciones de El Labrador, en el norte, y La Magdalena, en el sur. Los estudios hablan de que este sistema movilizará a 400 000 pasajeros por día.
Los otros sistemas como el trole trasladan a 260 000; el corredor sur oriental a 220 000 y el sur occidental a 200 000. Si bien son grandes cifras, estas no cubren al total de la demanda que tiene la ciudad y el Distrito.
En el 2011, entre enero y marzo, se realizó una encuesta de movilidad, que reveló que en un día laborable se realizan 4 271 565 viajes. De este total, 2 230 584 viajes; es decir el 52,2% utiliza servicios públicos masivos.
Es así que a la par del metro, hasta que se concrete, será obligación, y reto, de las nuevas autoridades municipales dar soluciones en el corto, mediano y largo plazos. Hablar de potencializar el trole y los corredores viales no está de más, como tampoco solucionar la falta de conectividad a lo ancho de la ciudad.
El reto es mayor ahora. Los valles de Los Chillos y de Tumbaco; al igual que Calderón y Guayllabamba necesitan mejorar esa conectividad. Hay distancias que acortar.