Carmen Muriel vive en Guápulo, en el norte de Quito, desde hace 30 años. Ella, su esposo y sus dos hijos habitan en una casa en el Pasaje Mena, en las laderas del sector. Esa es una zona considerada de alto riesgo por los deslizamientos de tierra.Su vivienda está al pie de una pared de tierra y maleza. En dos ocasiones, la pared ya se derrumbó. Por esa razón, Muriel la cubrió con un plástico negro para evitar nuevos deslizamientos.
Toda el área de Guápulo es considerada una zona de alto riesgo. Según el presidente del Cabildo, Juan Aulestia, a raíz de un estudio hecho en el 2009, se identificaron los sitios más proclives a los desprendimientos de tierra.
Guápulo limita al norte con la quebrada de El Batán; al sur, con el Parque Navarro que colinda con el barrio de La Floresta; al este, con el río Machángara y al oeste, con la calle Rafael Larrea. Dentro de estos límites viven 4 700 personas que no están preparadas en caso de emergencia, según los representantes del Cabildo.
Guillermo Tipán es del cuerpo de Seguridad y Salud. Él reconoció que los vecinos no sabrían cómo reaccionar si hay un deslave de mucha magnitud. “No tenemos planes de prevención y cuando convocamos a una reunión, la gente no asiste”.
Muriel es una de las personas que no sabe qué hacer, a dónde ir ni a quién acudir en caso de presentarse una situación de emergencia. “Yo no sé nada de eso”.
La primera zona de referencia (punto de más riesgo) abarca toda la ladera, en la parte alta y baja del Pasaje Mena, ubicada bajo la calle San Ignacio. En esa vía, dice Aulestia, hay viejas piscinas que emanan agua hacia las laderas, lo que causa el debilitamiento de la tierra. En la av. De los Conquistadores, en el sector del semáforo, antes de llegar a los dos puentes, vía Cumbayá, hay varias casas que están construidas al borde de la quebrada. El paso constante de vehículos es un factor que contribuye a que la tierra y los cimientos se aflojen y debiliten.
La otra zona es el sector de los dos puentes de Guápulo. Ahí se realizan obras porque una parte de la ladera se cayó. El último punto de referencia es en San Francisco de Miravalle, al pie del Machángara, en la loma que está frente al barrio.
El Presidente del Cabildo aseguró que en caso de accidentes, los habitantes podrían ser evacuados hacia tres puntos identificados como albergues temporales. El primero es la casa comunal, en la calle Juan del Toro y Camino de Orellana, que tiene una capacidad para 25 personas.
El otro es la escuela Bolívar, en la av. De los Conquistadores, que tiene la misma capacidad.
La iglesia también está identificada como zona segura. En los tres sitios, un total de 75 personas podrían ser acogidas hasta que pase la emergencia. Está disponibilidad no sería suficiente para proteger a todos los vecinos.
En la propiedad de la Empresa Eléctrica, en la parte baja del sector, que colinda con el río Machángara, también se podría ubicar a las personas. Sin embargo, este lugar no está adecuado para que la gente pase la noche.
En el 2009, cuando hubo un derrumbe en la zona, se auxilió a seis familias. Dos de las cuales se negaron a abandonar sus viviendas. Una es la familia de Carmen Muriel. Ella dijo que no se va a mover de la zona porque está acostumbrada a vivir ahí. Sus hijos van a la escuela y ya conoce a todos su vecinos. “Yo me muevo de mi casa si me dan otro lugar para vivir. Pero no me muevo de Guápulo. Me querían mandar al Puyo. ¿Qué me hago allá?”.
Lourdes Rodríguez, secretaria de Seguridad del Municipio, puntualizó que “todos los habitantes que viven en zona de riesgo saben qué hacer ante un deslave y cuáles son los signos de un posible deslizamiento”.
Son varios los factores, además de las filtraciones, los que afectan al terreno en donde se asienta el Cabildo. Las construcciones ilegales y el intenso flujo de circulación vehicular hacen que la tierra tiemble y se desestabilice el área.
“Los caminos y las construcciones no tienen las condiciones para soportar la cantidad de autos que transitan por estas vías”, comentó Aulestia. Él está seguro que toda el área de Guápulo está en riesgo durante el invierno.
Muriel y su familia mantienen su rutina diaria y evitan pensar que un derrumbe en los cimientos de su casa altere sus vidas.