El negocio del cine en el país cambió con el aparecimiento de las multisalas que empezaron a instalarse en los centros comerciales y a ganarle espacio a los cines tradicionales. Cuatro antiguos cines del Centro Histórico hoy lucen abandonados y otros dos funcionan como templos religiosos.
Las boleterías del cine Alhambra, en la calle Guayaquil, están cerradas y las carteleras vacías. A través de las rejas de las puertas metálicas solo se ve una hoja de papel que anuncia la venta o alquiler del local.
Hoy: ‘Locura de Amor’, con Sarita Montiel y Jorge Mistral y ‘Si yo fuera diputado’, con Cantinflas. Esa es la cartelera que más recuerda Segundo Nicanor Barriga. Desde hace 56 años tiene un puesto de caramelos en la puerta de lo que fue el cine Alhambra, en el cual se proyectaban los principales estrenos de la época de oro del cine mexicano.
En los años 70, los clientes de Barriga eran los cientos de amantes del cine en español, diariamente vendía 50 sucres y abría su negocio hasta las 21:00. Hoy su horario no se extienda más allá de las 16:00. Vestido con una gorra y un mandil blanco del Sindicato Industrial de Carameleros, el comerciante asegura que vende hasta USD 3 cada día.
Guillermo Becerra era uno de los usuarios frecuentes del Alhambra. Recuerda que sus películas favoritas eran las que protagonizaban Tin Tan , Pedro Infante, y Cantinflas. “Algunas eran en blanco y negro pero con una excelente definición”.
Mientras camina por la Venezuela, mira la fachada del cine Atahualpa. Las paredes del edificio lucen desgastadas. Solo un guardia contratado por el Instituto de Seguridad Social custodiaba el lugar. La última vez que Becerra vio una película en este cine fue en el 2001 a propósito de la celebración de la Semana Santa.
Ir al cine después de la procesión Jesús del Gran Poder, en el Centro Histórico, era una tradición en su familia. La cartelera de todos los cines del sector era una película religiosa en blanco y negro: ‘Vida, pasión y muerte de nuestro señor Jesús’. Y como el cine era continuo, la segunda película era una mexicana, ‘El coyote emplumado’ con la india María o ‘La mochila azul’ con el infante Pedro Fernández.
Las mismas estrellas de cine desfilaban en las carteleras de los cines República y Metro. Así lo recuerda Julio Portilla, propietario de los predios donde funcionaban estas salas. Ahora, están ocupados por una estación televisiva el primero y por una iglesia el segundo. “Un viernes santo, las 1 900 butacas del cine Metro se llenaban”. Portilla, constructor de profesión, fue contratado por la familia Amador para construir el pasaje del mismo nombre, en la calle Venezuela a 50 metros de la Plaza Grande. Finalizada la obra, Portilla y los hermanos Amador se tomaron un café y acordaron la venta del cine Metro. El contrato de compraventa lo redactaron en una servilleta de la cafetería en los años 90, asegura Portilla.
Lo que más extraña de los cines del centro son las funciones continuas. Las matinés duraban desde las 13:00 hasta las 20:00.
Por cada sala había dos proyectores, las películas llegaban en grandes rollos que recorrían los cines del centro.
Mientras en el cine Metro se pasaba la primera película de la cartelera en el cine Cumandá, en la Maldonado, se proyectaba la segunda. Ahora las instalaciones del cine Cumandá son ocupadas también por una iglesia. La edificación fue construida en 1933 y fue restaurada en 1983.
Para Fernando Vallejo, distribuidor de cine, los administradores de las salas tradicionales de Quito, no pudieron competir con el rápido desarrollo de una infraestructura más cómoda, mejor tecnología de proyección y otros servicios adicionales.
Barriga, Becerra y Portilla recuerdan que en los años 60 y 70 además de las películas en los cines también había teatro. Tal es el caso del teatro Puerta del Sol, su propietario Julio Álvarez lo compró a la empresa de desarrollo del Centro Histórico en el 2002.
Álvarez abre el candado de la puerta principal. Las bancas están amontonadas en una esquina. En el segundo piso Álvarez colocó baldosa en el piso y pintó las paredes. Sin embargo, el teatro no funciona por la falta de recursos para rehabilitarlo.
Vallejo asegura que estos cines se pueden recuperar y ganar espacio entre un público que añora el buen cine clásico o que busca una alternativa en el cine independiente y documental.