A todo pedal, Juan Alfonso Reece cumple una travesía de 12 km, entre La Viña, Tumbaco y Quito.
Para muchos puede ser una odisea cotidiana. Para él, no. Lo asume como una diversión y ejercicio puro, no exenta de peligros.
Reece, de 28 años, es un comunicador y fotógrafo que trabaja en Afuera, una empresa que hace videos y fotos de naturaleza, localizada en la Gaspar de Villarroel y Eloy Alfaro.
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Una vez a la semana, cuando le toca pico y placa, Reece sube al trabajo en su moderna bicicleta Specialized. También viaja otros días .
Specialized tiene 20 marchas, las suficientes para sortear autos, lentos y veloces, y buses que van a Cumbayá, a Pifo, a El Quinche y a la Amazonía.
El pasado jueves, a las 08:00, Reece se alista para trepar a Quito. El lugar: el parque de Tumbaco y sus dos iglesias, la nueva, blanca y estilizada, y la vieja, de piedra, heredada de la bruma de los tiempos. Reece, de mediana estatura y de barba rala, está contento porque ama ciclear desde hace 18 años. Viste una camiseta gris ligera, un pantalón de suave mezclilla, un casco negro de fibra de carbono; lleva una botella de agua debajo del sillín.
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“Con un físico aceptable, todos pueden ir a Quito, hay que perder el miedo”, dice Reece, y sube a su ‘caballito de acero’.
Ágil y resuelto deja el parque. Pronto alcanza la calle Francisco de Orellana, vía alterna, llamada de La Cervecería –más adelante opera la Pílsener– y a toda máquina rebasa, por el costado derecho, a decenas de autos que hacen fila.
Llega al Chaquiñán, un cruce entre la ciclovía que va a Puembo, y la vía atestada de autos.
Respira. Toma agua y se apresta a subir la cuesta llamada La Hernia, entre El Chaquiñán y Cumbayá. La camiseta está mojada.
En 10 minutos de duro pedaleo llega a esa sombra de plantas y árboles de magnolio y palmeras reales que crecen en el parque de la parroquia, convertida en una inmensa boutique. El ciclista dice que sus colegas de ruta también tienen la culpa de los accidentes.
“No solo los choferes de bus y de auto quienes, en su mayoría, no ven a los ciclistas, peatones y motociclistas, por eso la solución tiene que ser el respeto mutuo”.
Comenta que un amigo ciclista atropelló a un peatón. Lo atendió. Pagó una condena de tres meses de cárcel. “Muchos huyen porque si entran a la cárcel, la sentencia puede tardar mucho tiempo, mi amigo tuvo suerte”.
Reece arranca. Toma las calles Salinas y García Moreno, la añeja estación de tren de Cumbayá. Alcanza San Juan Alto. Sigue por la vía del Establo, la ruta adoquinada que conecta con Guápulo.
“Es la más difícil –sostiene– es muy estrecha y llena de carros”. Llega exhausto a la av. Simón Bolívar. Muchos autos pasan a 100 km por hora. Ni siquiera el espacio para los ciclistas está pintado, al borde de la cuneta.
Reece sigue sin temor de los pesados tráileres, cabezales y conductores temerarios.
Antes del túnel Guayasamín hay una fila de 3 km de autos. Rebasa a todos. Tiene dos opciones: pedir permiso, en 5 minutos, para pasar por el túnel. O ir por un trecho encima del túnel, al filo de un abismo. Hace lo segundo con el temor de que asome la furiosa Charito, una pitbull que acompaña a los guardias. A Reece le aseguraron que la perra estaba en su jaula, apareció, pero no le atacó. Llegó a la Gaspar de Villarroel suduroso y feliz.
El miedo quedó atrás
Maricela Rivera, de 26 años, superó el temor de conducir su bicicleta en la ciudad. Hace cuatro años sufrió un accidente en la av. González Suárez. “Un conductor me golpeó y me asusté mucho; el pasado marzo decidí usar otra vez la bici ”. De lunes a viernes, Rivera pedalea cerca de 20 minutos para ir de su casa al trabajo. Antes de emprender el recorrido se coloca un casco azul y un pantalón holgado. Cecilia Rivera, la madre, la bendice.
A las 08:30 del pasado jueves, la joven sale de su casa, en La Floresta, y sube a Stanis, la bicicleta montañera. Su trayecto se inicia en la calle Francisco Salazar. Esta vía funciona en sentido occidente-oriente, pero Rivera la conduce en sentido contrario. En la zona no hay mucho tráfico.
Cuando se aproxima a la intersección de la av. Coruña se detiene. Hay decenas de carros que avanzan en los dos sentidos. Rivera mira hacia los dos lados, cuando ve que los autos paran en el semáforo, cruza entre los estrechos espacios que estos dejan.
Llega a la Isabel La Católica y toma la Luis Cordero. Aquí, ella no puede conducir apegada a la derecha. Hay una fila de autos parqueados sobre la Zona Azul.
Al cruzar la av. 12 de Octubre reduce la velocidad. En este trayecto, hasta la av. 6 de Diciembre, su bicicleta tambalea, hay baches. Agarra con fuerza los manubrios. En las intersecciones se detiene para asegurarse que no vengan conductores apresurados.
Luego de pedalear cerca de 15 cuadras, en medio de los carros, Rivera llega a la av. Amazonas y toma la ciclovía. En este tramo que se extiende hasta la Eloy Alfaro y República se puede movilizar tranquila. Sigue por la ciudad de occidente a oriente. Al llegar al trabajo, Finding Species, una ONG ambiental, recibe una llamada de su madre. Quiere saber cómo llegó.
En otro sitio de la ciudad, en la calle Mariano Aguilera E7-198, sede de Ciclópolis, Elizabeth Frías define los últimos detalles para celebrar el noveno aniversario del proyecto Ciclopaseo Dominical de Quito, que se cumplió ayer.
Junto a su inseparable bicicleta Trek envía boletines de prensa y organiza los ‘banners’ para fijarlos en la ciudad. Sostiene que la tarea de buscar espacios para los ciclistas en la urbe ha sido intensa, pero valió la pena. La comunicadora explica que las autoridades deben involucrarse más a favor del ciclista citadino.