Ana Claudio (izq.) “Antes el portal era llenito. Me crié aquí, desde los dos años. Me dará pena retirarme”. Cajonera desde 1988. Lucía Claudio (der.) “Trabajaré como cajonera hasta que Dios me dé fuerzas. Quiero sentirme útil”. Cajonera desde 1969.
Casi 400 años después, el oficio de las cajoneras se resiste a desaparecer. Las dos últimas representantes de este trabajo tradicional, las hermanas Ana y Lucía Claudio, se mantienen aún en este negocio, pese a que ya no resulta rentable.
Algunas baratijas que exhiben en sus puestos, actualmente, ya no son funcionales, más bien evocan nostalgia. Ordenadamente, entre cajas de madera y frascos vacíos se ofrecen tizas para pizarrones, muñecas de trapo, juguetes de hojalata, carros de madera, pelotas rellenas de agua, canicas, ligas, telas para bordar, brochas para afeitar, tinta para zapatos, máscaras, imperdibles…
Cuentan con una mercadería variada para satisfacer a una reducida y, a veces, inexistente clientela. “Este negocio ya se dañó”, expresa Lucía, de 75 años, quien ha trabajado como cajonera en el portal de Santo Domingo más de la mitad de su vida (47 años).
La poca demanda de los productos que vende es algo reciente. En 1969, cuando Lucía se inició en el oficio, en este portal trabajaban 40 cajoneras. Había mucho movimiento.
La gente de provincia, que llegaban a la antigua terminal terrestre de El Cumandá, acudía a comprar las ‘chucherías’ que ofrecían las cajoneras. Entonces se trabajaba de 08:00 a 19:00, de lunes a domingo. No había tiempo para descansar.
Los moradores de los barrios aledaños eran también clientes de estas comerciantes. En el siglo pasado, ellas representaban a lo que ahora se conoce como bazar, relata Alfonso Ortiz, cronista de la Ciudad.
Este recuerdo está presente en su memoria, porque cuando Ortiz era niño compraba ahí pelotas de viento, cepillos, bacerola. Él vivía en San Marcos.
A medida que se abrieron locales comerciales y se aprobaron normas para “ordenar” la ciudad este oficio quiteño fue desplazado. Esto es parte de la evolución de la sociedad. Con los hojalateros, aguateros, serenos, pasó lo mismo: desaparecieron, sostiene el cronista.
Ahora las cajoneras tienen mayor competencia. En el
Centro Histórico, por ejemplo, 6 391 personas se dedican al comercio por mayor y menor, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC).
Así, el oficio para Ana y Lucía se volvió insostenible, pero ellas tienen una motivación valiosa para seguir ejerciéndolo.
Ambas crecieron en ese portal. Su madre, Etelvina Ledesma, se dedicó a este oficio hasta que su salud se lo permitió. Al salir, en 1988, le heredó su cajón a su hija Ana, quien se dedicaba a la costura.
Junto a su puesto, que por ahora es un caballete de madera y una tabla, Ana, de 77 años, acomoda cada mañana unos pocos productos. Al final ubica, discretamente, entre la mercadería un zapato blanco de niño que perteneció a su nieto Pancho, que tiene ya 30 años. “Es para atraer la suerte”.
Este zapato impar ha estado presente desde que se inició en este negocio. Es su amuleto, aunque parece que perdió eficacia por el tiempo transcurrido. Lo que vende no es representativo. Pero Ana quiere seguir con esta rutina. No se trata de trabajar, esto es su “terapia”.
Ana tiene problemas del corazón y dice que continuará ejerciendo como cajonera, mientras se pueda mover por sus propios medios. “Cuando deje mi puesto, me dará pena”.
La jornada laboral de las Claudio es, ahora, de cuatro horas diarias. De lunes a viernes, de 10:00 a 14:00. Las dos se mantienen, porque saben que el oficio es un patrimonio familiar que probablemente se extinga cuando ellas se retiren. No hay quién les tome la posta.
Las nuevas generaciones de las hermanas se dedican a otras actividades. René Luna, hijo de Ana, dice que ellos no seguirán con esta tradición.
Pese a esta realidad, la labor realizada por las cajoneras desde el siglo XVII puede ser conocida a través de la muestra Cajoneras de los Portales, que se exhibirá en el Museo de la Ciudad hasta marzo del 2017.
Esta se presenta tras la investigación realizada por los antropólogos: Eduardo Kingman, Blanca Muratorio (+) y Erika Bedón sobre los oficios y comercios antiguos de la calle. Entre estos, el de las cajoneras.
El estudio reveló que este oficio fue ejercido por mujeres que ocupaban los portales del Municipio y del Palacio Arzobispal, en la Plaza Grande. “Antes, la ciudad se abastecía principalmente de este tipo de comercio”, explica Kingman.
Para 1900 estas fueron desplazadas a Santo Domingo. La ciudad se ‘modernizó’ y surgieron ‘nuevos’ comercios (almacenes, centros comerciales, supermercados) que opacaron la labor de las cajoneras.