Su trabajo consiste en abordar a parejas y grupos que transitan por la plaza Foch y sus alrededores en ‘La Zona’, el área turística de La Mariscal, en el centro-norte de Quito.
Ellos se autodenominan ‘enganchadores’, pero saben que los turistas los conocen como ‘flyeros’: las personas que se encargan de que la clientela llegue a los locales de diversión. Ganan USD 0,25, 1 o más por persona que se queda en una discoteca, karaoke o bar.
“Venga, conozca X disco. Tiene buen ambiente”, indica uno de ellos, vestido con jean y camisa, a dos chicas y a un joven que caminan por la calle Calama. Los jóvenes no le prestan atención, pero él insiste: “Cuatro cervezas por cinco dólares”. Lo miran y pasan de largo.
Estos personajes aparecen en el Quito noctámbulo, en especial de miércoles a sábados, y no siempre les va mal.
Algunos son más insistentes y no se despegan de los grupos hasta que acepten la propuesta de al menos echarle una mirada a un centro de diversión.
Existen al menos dos clases de enganchadores a cargo de animar a quienes pasean por La Mariscal, a los indecisos o a quienes esperan a parejas o amigos para escoger un lugar. Primero están los ‘flyeros’ que trabajan de modo independiente, sin una relación con los propietarios de negocios. Otros son una especie de anfitriones, que se ubican en la entrada del establecimiento.
Mario Marín, caleño de 19 años, es del segundo grupo. Llegó a Quito con su familia hace tres años desde Colombia. Es bachiller y gana USD 130 por semana. Trabaja de miércoles a sábado, de 17:00 a 21:00. El joven se abre paso con una sonrisa y capta la atención de quienes pasan por el bar Zócalo, en la Juan León Mera y Calama. Viste jean y leva negra.
Marín comenta que no necesariamente debe lucir elegante, pero sí necesita mostrar una buena presencia que no deje que la gente lo confunda con un ladrón o vendedor de droga. “Buenas noches caballero, dama. Por favor conozcan esta discoteca…”, dice al abordarlos y señalar el local con la palma de la mano extendida.
El chico vive en la Loma Grande con sus padres y tres hermanas. Dice no encontrar otra forma de ganarse unos dólares, su familia quiere ahorrar para abrir un local de ropa.
Paulo Burgos, de 30 años, también es bachiller; llegó de Colombia hace un año. Trabaja para Off Side, una retro disco. “Buenas tardes muchachos, los invito a conocer este lugar nuevo, con nuevas instalaciones”, dice gentil y amigable a quienes pasan por la Juan León Mera.
Cuenta que en un buen viernes puede juntar unos USD 200. Por cada persona puede ganar USD 1 o 2, en el establecimiento con aforo para 80 clientes. Él es ‘flyero’, pero tiene trabajo fijo. “Si te cobro USD 2, le regalo 1 al compañero que me lo trae”. Se refiere a otro ‘flyero’, pero sin relación directa con el local. Paulo labora en ‘La Zona’ el miércoles y jueves, desde las 15:00, y el viernes y sábado, de 14:00 a 01:00. Tiene una hija de 8 años. Su actual pareja también es ‘flyera’.
El colombiano Óscar Montaño, de 31 años, es el vicepresidente de una organización en constitución, que reúne a los enganchadores de La Mariscal. Son unos 35, principalmente colombianos y ecuatorianos, aunque hay un venezolano y dos cubanos.
Varios de ellos reiteran que cada vez hay más competencia de cubanos y cubanas. Ahora buscan organizarse porque, relatan que, las autoridades municipales quieren desaparecerlos. El 31 de diciembre vence el plazo para que los dueños de los locales cumplan otra etapa de un paquete de normas técnicas dentro del Plan Especial de las zonas turísticas como La Mariscal y el Centro Histórico. Las reglas prohíben a los establecimientos contratar personal para la entrega de publicidad. Entre otras cosas de especifica: el local no contrata enganchadores fuera de los locales o en el área pública.
“Ya nos han dicho que un propietario puede ser multado con USD 1 700”, dice Óscar, quien como otros compañeros dice que les molesta que los policías metropolitanos y los comisarios de la Agencia de Control les tomen fotos. Él también dice que antes usaban un chaleco en el que se identificaban como promotores de La Mariscal. Pero que decidieron dejar ese uniforme para que no los reconozcan y evitarse problemas.
Él y otros seis enganchadores aseguraron no tener relación con ladrones y vendedores de droga. Uno dijo que incluso acompañan a tomar taxi o bus a los clientes.
Los colombianos y también los costeños aseguran que es la única posibilidad de hacer dinero de forma legal. Dicen no entender por qué no se entiende que hacen un trabajo parecido al que desempeñan quienes ofrecen fotocopias o vender turnos para sacar el pasaporte, cuadras abajo, en Migración.
A Diego Mena, propietario de Zócalo, no le gusta que los ‘flyeros’ lleguen a su discoteca y le pidan dinero por la gente que supuestamente traen. “A los chicos no les gusta que nadie les tire del brazo y les lleve a un local. La clientela llega sola. Ellos generan una competencia desleal entre bares, discos y karaokes. A veces llegan con la premisa de ‘llenar determinado sitio’”.
Dos muchachas de 22 y 24 años, que esperaban por otros amigos en la plaza Foch, dijeron que se sienten presionadas por los enganchadores. Pidieron la reserva de sus nombres y comentaron: “Es como si nos quisieran obligar a ir a un lugar con ellos. Nosotros podemos elegir a dónde queremos ir. Creo que lo hacen como un negocio. A veces nos asustan porque aparecen de la nada”.
Un grupo de seis, hombres y mujeres, dijeron que “algunos son muy intensos. Entendemos que su trabajo es ofrecer el servicio pero son intensos”.
“Yo les consulto: reinas ¿qué desean hacer esta noche? Y les doy opciones, con diferentes presupuestos”, indicó otro de los enganchadores que busca la formación de una organización para presentarse ante Quito Turismo y pedir que les dejen trabajar.
No quiso que se mencione su nombre, dijo ser refugiado colombiano. Tiene 41 años y reúne un sueldo básico al mes, para mantener a su esposa e hija de 9.