Los enganchadores se ubican en las calles cercanas a la Plaza Foch, en La Mariscal. Están durante el día y la noche. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO
Algunos se alejan ante el primer “no”, mientras que otros, los más insistentes, acompañan a los peatones por más de una cuadra, para asegurarse de que escuchen lo que ofrecen.
Enganchadores, jaladores o ‘flayeros’ son algunos de los nombres que la comunidad utiliza para referirse a estas personas; sin embargo, ellos se autodenominan promotores.
Sin importar la hora del día o las condiciones climáticas, los enganchadores se ubican en la Plaza Foch y sus alrededores para tratar de convencer a los transeúntes de que deben entrar a un determinado bar, restaurante o discoteca. Se acercan a nacionales y extranjeros, caminan junto a ellos y empiezan a recitar las promociones que ofrecen. En el mejor de los casos se aproxima uno, aunque en otras ocasiones pueden ser hasta tres.
“Venga, hay karaoke, la mejor música y 2×1 en tragos” es común escuchar al caminar por este sitio. Cuando se dirigen a las mujeres algunos le añaden un “mamita” o “guapa”.
Esa ha sido la experiencia de Andrea Salazar, de 25 años, quien considera que con el sexo femenino, algunos jaladores son más invasivos y hasta “morbosos”, sobre todo los que se ubican sobre la calle Calama, a una cuadra de la Plaza Foch.
Néstor S. admite que algunos de sus compañeros se comportan de esta manera con las mujeres o con las parejas, pero defiende que no todos son así. Desde hace 10 meses él se dedica a ser ‘flayero’, y desde hace seis ya se convirtió en un empleado fijo.
“Lo que hacemos es convencer a la gente para que entren a las discotecas, pasen bien y sobre todo se queden”, cuenta Néstor, quien trabaja en las calles de La Mariscal de 17:00 hasta las 03:00. Lunes, martes y miércoles gana USD 20, mientras que jueves, viernes y sábado recibe USD 1 por persona que ingrese y permanezca, por lo menos media hora en su local. Al final de la semana recibe alrededor de USD 360.
Aunque “la paga es buena”, cuenta que es un trabajo sacrificado porque implica “aguantar frío, malas caras y malos tratos de algunos visitantes”. Además, sabe que el espacio que tiene para promocionar a su bar termina cuando empieza el de otro ‘flayero’, ya que entre ellos han demarcado las zonas que le corresponden a cada uno. Cuando las personas se alejan de él, hace señas a otro promotor para que se acerque a los posibles clientes. Además, él admite que es fiel a su bar, a diferencia de otros jaladores que trabajan para más de un establecimiento.
Usuarios de La Mariscal como Adriana Jácome, de 22 años, no ven como algo malo que los jaladores informen sobre las promociones que ofrece cada local, lo que le molesta es la forma en la que lo hacen. En menos de una cuadra, una ocasión la acompañaron tres de ellos, lo que la asustó y provocó que se fuera de este lugar.
Este comportamiento insistente de los jaladores también es una de las razones por las que no son bien vistos por la ciudadanía. “Prácticamente llevan a las personas a la fuerza”, dice Alfredo León, administrador de la Zona Especial Turística de La Mariscal. Esto podría llegar a afectar la recepción de turistas, que no entienden lo que está sucediendo.
Esta problemática es relativamente nueva. Desde el 2011 empezó a evidenciarse y en los últimos meses del 2014 se duplicó el número de enganchadores que trabajan en la zona, según León. Como administración se ha logrado trabajar con los dueños de los bares para que no utilicen este mecanismo de promoción.
Además, se implementó la prohibición de utilizar enganchadores dentro de las Reglas Técnicas para Bares y Restaurantes de la Zona Especial Turística de La Mariscal, que son parámetros que deben verificarse en los establecimientos turísticos de este sector.
La Norma Obligatoria 91 establece que no se contrate enganchadores “fuera de los locales o en área pública”. El problema está en que actualmente los jaladores trabajan de forma independiente. Esto quiere decir que no se ha comprobado que los bares los contratan y ellos ganan “propinas” de los visitantes. Este no es considerado como un trabajo ilegal porque no están vendiendo en el espacio público y no hay una norma hacia las personas que ejercen esta actividad. Pero, según León, “no está bien que no se pueda dar un paso sin tener encima a estas personas”.
Los miembros de la comunidad de La Mariscal también se quejan del trabajo de los enganchadores. Por ejemplo, Juan Baquerizo, miembro de la comunidad, cree que esta práctica genera inequidad entre los negocios de la zona porque no están compitiendo en igualdad de condiciones y da una sensación de inseguridad. Es por eso que están planificando las acciones que tomarán con respecto a este tema. Ellos buscan que se visibilice la problemática.
Por el momento se ha convocado a los jaladores a mesas de trabajo. También se está buscando formas de manejar el tema para que no se replique en otras zonas turísticas. Para esto, León considera necesario contar con el apoyo de la comunidad y de los propietarios de los negocios del sector.
En contexto
La Mariscal es una de las dos Zonas Especiales Turísticas, junto al Centro Histórico, que hay en Quito. Para la promoción de la actividad turística del sector se creó un plan de gestión que establece normas de regulación para los negocios.