Redacción Cultura
Más de 20 coloridos monigotes rodean a Ramiro Pallasco en su pequeño puesto, junto a la vereda, en la av. Diego de Vásquez, sector de Carcelén.
Los muñecos contienen aserrín, en su mayoría. Elaborarlos fue una tarea que reunió a su esposa y a sus cuatro hijos, de 23, 22, 20 y 17 años, en su casa en el Comité del Pueblo.
Para él, el año viejo es dejar atrás el pasado y la oportunidad de llenarse de lo bueno del futuro. “Quemar los monigotes es una tradición. A la hora de venderlos es divertido porque la gente se prueba las caretas, ríe. Es salir de lo rutinario, rompe con la cotidianidad”, dice el hombre de 44 años, frente al puesto donde sobresalen decenas de caretas.
Para el librero Édgar Freire, la quema del monigote es una catarsis. “Es una especie de catarsis colectiva, donde la quema del viejo representa purificación y espera empezar el nuevo año con mejores bríos”.
Esta costumbre –añade Freire- se ha modificado con el tiempo, pues “antes se realizaba solo en los barrios, generalmente del Centro Histórico. La gente de San Roque, la Loma, en la Tola, salía a caminar y esperaba que a la medianoche un poeta popular recitara un testamento. Esa costumbre se ha quitado”.
La actriz y comediante Juana Guarderas también recuerda el sentido comunitario que tenía la celebración del Año Nuevo.
“La gente se juntaba alrededor del viejo para el festejo. Ahora se celebra con una manera más individualista. El testamento se volvía una herramienta de humor, a veces hasta de humor negro, porque era subrayar ciertas características de las personalidades de los demás, que resultaban llamativas o molestosas”.
Luis Villegas es un vendedor de origen guayaquileño, de 26 años, que reconoce la pérdida de esta costumbre y resalta el sentido comercial de estas festividades.
Por eso, cada año llega a Quito desde el Puerto Principal trayendo decenas de monigotes, elaborados con cartón, papel periódico y madera para venderlos. Sus amigos, Alberto Rodríguez y William Villegas, lo acompañan y hasta le ayudan a dar los últimos toques de pintura a algunos muñecos.
La mayoría retrata a políticos, como Rafael Correa o Lucio Gutiérrez, pero también hay personajes como Bob Esponja, la ardilla de la Era del Hielo, el Gato Cósmico, etc.
A decir de Álvaro Alemán, profesor de literatura de la Universidad San Francisco, años atrás solo se veía monigotes de carácter nacional.
“Antes los personajes respondían a un marco referencial de la política local y había pocas injerencias extranjeras. Ahora, se alterna la política con el entretenimiento, la ficción, que alteran con personajes locales. Es muy interesante”.
Además, recuerda que la gente se disfrazaba en época de inocentes (que comprende desde el 28 de diciembre hasta el 6 de enero de cada año).
“Las inocentadas están vinculadas con una pérdida de inocencia social, en la medida que la sociedad contemporánea percibe que la realidad se prepara tras los bastidores de los medios masivos de comunicación”.
Existe -dice Alemán- cada vez más escepticismo para tener fe en estas costumbres, que están vinculadas a la idea de engañar al otro y contar con su buena fe.
La actriz Juana Guarderas sugiere que los gobiernos locales podrían promocionar esta celebración, así como las fiestas de Quito, para que no se vayan desvaneciendo con el tiempo.