¿Y si el poder fuera una droga como todas las demás? ¿Y si el poder, en consecuencia, produjera efectos psicotrópicos como mareos, alucinaciones, ofuscaciones y delirios? ¿Y si el ser humano, por naturaleza, buscara tener y acumular más poder? ¿Y si las personas que ya tienen un poco de poder en sus manos buscaran siempre los poderes omnímodos, quisieran sortear los límites del poder, para conocerlo todo, para dictar las normas de forma unilateral y caprichosa, para aferrarse a como dé lugar al control más absoluto?
Todo lo anterior es verdad: por desgracia la historia demuestra que los seres humanos tenemos una peligrosa tendencia a querer más poder, a procurar amasarlo y acopiarlo por los medios más inverosímiles y crueles (matanzas, guerras, engaños y subterfugios, golpes de Estado…), a querer atropellar a quien ose contradecirnos o cuestionarnos cuando estamos investidos por la majestad del poder, a moler a palos a quien se atreva a cruzarse en nuestra súper autopista de seis carriles hacia la insaciable búsqueda de los poderes desmedidos. Solamente pónganse a pensar que los poderosos que quieren acumular más y más poder usan los mismos medios que los adictos que buscan, de cualquier forma, más droga. Y pónganse a pensar también que los excesos del poder pueden muchas veces derivar en síntomas parecidos a los del abuso de la droga: desconciertos, accesos de ira, excesos de agresividad, por ejemplo. Sí, queridos lectores y lectoras, el poder es una sustancia psicotrópica que merece y necesita dosificaciones y controles como las demás drogas prohibidas…
Por eso también, la democracia y la dictadura son antónimas. Son conceptos mutuamente excluyentes. Si la democracia propende a las libertades públicas, la dictadura buscará los controles y las restricciones más implacables. Si la democracia se caracteriza por la libre circulación de las ideas, la dictadura buscará procesar, perseguir, encarcelar o matar a cualquiera que tenga ideas distintas. Si la democracia busca la pluralidad, la dictadura tenderá siempre a buscar un solo partido político admisible, un solo sistema aplicable e indiscutible y una sola vía transitable. Si la democracia quiere formar ciudadanos autónomos, creativos y más o menos iguales, la dictadura le levantará monumentos al héroe de turno, ensalzará y le hará culto al mandamás del momento (mientras más grande sea la chequera, mayores serán las genuflexiones). Así, en apretado resumen dominical, la democracia es la dispersión del poder y la dictadura –hacer jefe a un solo hombre o grupo de hombres, en palabras de Stoppino- su concentración y glorificación.