Acontecimientos históricos de tanta trascendencia como el ocurrido en Quito el 10 de Agosto de 1809 son resultado de procesos en los que intervienen protagonistas que han mantenido en el tiempo un pensamiento conductor. Tal el caso de la Compañía de Jesús en la gesta quiteña.
Un “proyecto de sociedad colonial, una de cuyas líneas maestras es la educación de los indios”, empeño colosal de los primeros misioneros jesuitas, con resultados asombrosos, no se compadecía con el pensamiento y las conductas de quienes ejercían en América el Poder colonial.
Producido el conflicto, entre otros desastres desaparecen las Misiones del Paraguay Oriental. Tengo derecho a suponer que ante tal derrota los jesuitas llegan al convencimiento de que sus proyectos, empresas fabulosas, tan solo podrían realizarse en países libres de todo coloniaje.
Se proponen contribuir a la formación de élites hispanoamericanas, las que por los caminos de la ilustración serán capaces de romper mitos en los que se sustenta la superioridad ibérica, hasta llegar a la independencia por derecho propio. Por una decisión bien pensada, los jesuitas crean centros de desarrollo intelectual en ciudades distantes de las metrópolis: las universidades de Córdoba del Tucumán (1613), San Gregorio, en Quito (1622) y San Francisco Javier, en Chuquisaca (1639).
En una empresa titánica, se las dota de bibliotecas bastante actualizadas, en todas las ramas del conocimiento. Son las mejores de América; la de Quito con 20 mil volúmenes. También la Compañía de Jesús se empeña en crear lo que pudo llegar a ser “un sistema educativo, pionero en América”. Funda escuelas y colegios en Ibarra, Latacunga, Riobamba, Cuenca, Loja, Guayaquil y Popayán, dotándolas también de bibliotecas más modestas”. “Incluso en Laguna -centro misionero a orillas del Marañón, en la provincia de Mainas-, la Orden mantenía una pequeña biblioteca que contaba con más de 480 libros”. Imprimen libros en la primera imprenta que funcionó en la Real Audiencia de Quito.
Tal obra civilizadora, emancipadora porque apuntaba a la educación de los americanos, “demandaba ingentes sumas de dinero, que naturalmente nunca vendrían de España”.
Las riquezas que poseía la Compañía de Jesús en la Real Audiencia servían para comprar libros. Con tal auxilio, la independencia vendría por añadidura. Los jesuitas habían hecho méritos para ser expulsados, lo cual aconteció en 1767.
La obra de Espejo y de los protagonistas del 10 de Agosto de 1809 fue la de quienes ya sabían leer y escribir, y por ello fueron liquidados. No es coincidencia que la independencia se iniciara en Quito y en Chuquisaca. Lo que vino después, esos 100 años de soledad y la obra de los caudillos bárbaros, es otro proceso.