Fue, durante algún tiempo, la colonia más rica de Francia. Allí se presentaban las obras de teatro que recién se habían estrenado en París. El bel canto se cultivaba con entusiasmo y los rapsodas eran verdaderos ídolos de la gente. También la moda era una obsesión de los habitantes de aquella colonia francesa. Empeñaban hasta el alma por conseguir la librea más fina, la peluca más costosa o la sombrilla más atrayente. Hacían todo lo que fuera por parecer más blancos, más franceses…
Pero aquella isla fue también el lugar donde los habitantes negros de América aborrecieron de su condición de esclavos y se declararon personas libres. Llamaron a su país Haití, una palabra del créole, idioma que ellos inventaron para que sus amos no pudieran saber qué estaban pensando. Para ser libre hay que tener palabra propia.
Haití -tierra del vudú y de los dioses afro-caribeños- vio nacer a Henri Christophe, un ex esclavo y hábil cocinero que se autoproclamó rey de ese país. Mandó a construir un palacio que pretendía ser una réplica del de Versalles. Sobre las piedras de esa construcción hizo regar sangre de varios toros sacrificados a los dioses para que resistiera los terremotos…
Los toros sacrificados por Christophe no fueron suficientes. Aquel país ha sido completamente devastado por un sismo que, hasta ahora, deja 200 000 muertos y 250 000 heridos. Se estima que 1,5 millones de haitianos han quedado sin techo y deben pasar las noches bajo los escombros que dejaron los temblores.
La ayuda internacional sigue pareciendo insuficiente. Los despachos de prensa dicen que los hospitales están sobresaturados y que existe el riesgo inminente de brotes masivos de tétanos y gangrena. El agua potable también comienza a escasear en ese país que, a consecuencia del terremoto, prácticamente ha vuelto a la Edad de Piedra.
Haití, el país más pobre de América, ha sido víctima de dictadores sanguinarios como Papa Doc y paraíso de funestos personajes como Johnny Abbes, un torturador que se sentaba con papel y lápiz a estudiar manuales que indicaban cómo infligir mayor dolor físico a las personas.
Haití también ha sido víctima de sus propios dioses. Uno de ellos es el Baron Samendi, capaz de convertir en zombis -muertos vivientes- a las personas. Lo bueno es que hay una forma de recuperar el alma robada por este dios que, al parecer, va siempre muy bien vestido: a los zombis basta con darles un granito de sal para que despierten y vuelvan a la normalidad.
Tal vez nosotros también podamos aportar con nuestro propio grano de sal para conjurar tanta desgracia. Contribuir con Munera, por ejemplo, a través de la cuenta 3108845500, del Banco Pichincha pudiera ser una opción. Yo ya lo hice.