Lo peor de Ricardo Patiño no es solamente que haya estado salpicado por escándalos a los que no hubiera sobrevivido ningún ministro donde reine la decencia, sino que él sea un escándalo en persona. Un escándalo ambulatorio.
Su aparición en un video clandestino donde se lo vio en un hotel de medio pelo entrevistándose con unos misteriosos negociantes de deuda externa fue escandaloso. Tan escandaloso como que ni los organismos de control ni los asambleístas ni la prensa no hayan investigado suficientemente ese oscuro episodio.
Escandaloso fue su defensa de la soberanía del sanguinario Gadafi y escandaloso ha sido la posición la Cancillería frente a la carnicería en Siria.
También ha sido escandaloso lo ocurrido con aquella valija diplomática cargada de droga y a la que ha querido prohibir que se la llame “narcovalija” porque eso dizque es parte de una campaña en contra del Estado.
Pero una cosa es protagonizar actos escandalosos y otra es convertirse en la personificación del escándalo.
Guasón de mal gusto cuando tilda de “lindas vacaciones” a la estadía de Carlos Pérez en una Embajada y le ofrece para el taxi, Patiño también ofende a la vergüenza cuando en una entrevista con Estéfani Espín afirma no haber conocido de la existencia de una Relatoría Especial de Libertad de Expresión en la OEA.
El Gobierno hubiera querido que su mancillada imagen se recupere luego de la televisada capitulación en el caso El Universo, pero el canciller Patiño se ha encargado de negarle esa aspiración.