Vehículos oficiales sin placas y muchos de ellos invadiendo vías exclusivas para el transporte público. La imagen es cada vez más frecuente y no tiene que ver únicamente con el aumento del parque automotor en una ciudad que se halla torturada por la cantidad de carros en las calles. Tampoco tiene que ver únicamente con el hecho de que el uso la llamada Ecovía o del Trolebús se perjudique.
Sí, en efecto, el fenómeno de los carros oficiales sin placa tiene que ver con los problemas de tránsito y con el deterioro del transporte masivo.
Pero la existencia cada día más grande de estos carros tiene sobre todo que ver con el abuso del poder. Es un abuso que nace de un sistema político donde no existen posibilidades de contrapeso institucional ni de vigilancia ciudadana. Valerse del poder que significa trabajar para el Estado es un acto desvergonzado.
No solo porque es injusto que los trabajadores públicos tengan el derecho que no tienen sus mandantes de circular libremente sin tener el inconveniente del pico y placa, sino porque es la demostración más grosera de que quienes lo hacen no están dispuestos a ser responsables de sus actos. Cuando uno de estos vehículos cometa una infracción de tránsito, su conductor no podrá ser responsabilizado. Si algún día uno de estos vehículos atropella y mata a alguien no habrá autoridad que pueda identificarlos ni justicia que lo someta.
Que la Policía y el Municipio no hagan nada ante este fenómeno es otra prueba de que el poder tiene un solo dueño y que los ciudadanos solo tienen que aguantar.