Los mensajes contradictorios del Gobierno ecuatoriano, frente a las negociaciones de un acuerdo comercial con la Unión Europea, no son un hecho que pasó desapercibido entre políticos y técnicos que siguen la relación entre este bloque regional y América Latina.
La zona de Schuman, en Bruselas (Bélgica), es el cerebro y el corazón de la integración europea, uno de los polos más influyentes y poderosos del planeta. Allí se levantan enormes edificios de cristal que ocupan cuadras enteras y brillan con los rayos de un sol primaveral que calienta poco.
Por sus puertas giratorias y magnetizadas entran y salen, caminando a prisa, hombres y mujeres de trajes sobrios, generalmente de una gama de grises. Llevan en sus manos una cajetilla de cigarrillos y hablan, en promedio, tres idiomas casi a la perfección. No se apartan de sus teléfonos inteligentes y muchos de ellos tienen un iPad, o una versión de las modernas ‘tablet’. Es la burocracia europea del primer mundo.
Quienes se encargan de las relaciones con América Latina saben quién es el vicecanciller Kintto Lucas; lo que dijo del proyecto “neocolonizador” de Europa a través de sus acuerdos comerciales y del enfrentamiento que esas declaraciones dadas en Uruguay despertaron con el equipo de trabajo de la ministra de Coordinación, Natalie Cely, interesado por retomar las negociaciones.
También encuentran una explicación al porqué el presidente Rafael Correa no tomó una postura clara por una de estas visiones antagónicas. En Bruselas hay la certeza de que firmar un acuerdo con la Unión Europea genera un costo político para el Gobierno de un país que, como el Ecuador, ha cuestionado por años el papel de los tratados de libre comercio.
La reciente visita de la ministra Cely a estas oficinas de cristal dejó un ambiente de optimismo por la voluntad política que mostró por cerrar el acuerdo. Pero más allá de que la Ministra haya dicho en su última rueda de prensa que sintió en Europa apertura y buena voluntad para retomar los diálogos, en Bruselas el mensaje es distinto. Es decir, que es Ecuador el que debe tomar la iniciativa y avanzar en un acuerdo que, visto a futuro, es indispensable para el desarrollo comercial del país andino que está por fuera del radar.
A diferencia de los titubeos internos de Ecuador, en la Comisión Europea, en el Parlamento Europeo y en el Consejo de Ministros de UE (los tres pilares desde donde gobierna este bloque regional) hay una sola conclusión: si el gobierno de Correa no llega a un acuerdo, se quedará aislado en América Latina. Varias son las razones que esgrimen parlamentarios de varios países del Viejo Continente y otros tecnócratas.
Mientras Lucas y el equipo de Cely han librado una batalla de contradicciones, en la UE las fuentes consultadas por este Diario no pueden hacer declaraciones a título personal. Pero insisten en que para la Unión Europea ya se terminó el tiempo del asistencialismo y también de los proyectos de desarrollo para acercarse a América Latina.
Los tratados de inversión
La estabilidad política y los mensajes amistosos desde Ecuador es otro de los aspectos que Europa considera fundamentales. Entre Bruselas y Estrasburgo (Francia) hay una hora de viaje por avión. Una semana cada mes, los diputados europeos, técnicos y sus asesores dejan sus oficinas en Schuman para trasladarse a esa ciudad francesa, bañada por el Rhin, frontera con Alemania.
En el Parlamento Europeo, el tema de moda es la crisis financiera en Grecia, Portugal e Irlanda. De Ecuador y la Comunidad Andina se habla con cierta facilidad. La agenda no solo viene de países cercanos como España, Portugal o Alemania. Diputadas europeas como la austriaca Evelyn Regner o la búlgara Renate Weber creen que Ecuador está ad portas de una decisión trascendental: o toman o dejan el acuerdo.
Para Regner, de filiación socialista, esta disyuntiva no significa proceder al apuro. Sugiere a Ecuador analizar muy bien el acuerdo, a pesar de que funcionarios en Bruselas están convencidos de que a Quito le queda poco por negociar.