Redacción Guayaquil
Desde un simple chispiador hasta una camareta. El uso descontrolado de petardos durante los festejos de fin de año puede provocar graves lesiones. Amputaciones a causa de la explosión, traumas acústicos y alergias son algunas de las secuelas.
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es el nivel de ruido que alcanza la detonación de las camaretas de fin de año.Francisco Plaza, presidente de la Fundación contra el Ruido, Airecontaminante y Tabaquismo (Funcorat), asegura que el dióxido de azufre, generado por los fuegos artificiales, profundiza los problemas respiratorios agudos, como el asma, las alergias y la conjuntivitis. “La quema de los monigotes es una de las principales fuentes de contaminación. De la combustión de esas grandes hogueras se desprenden gases nocivos como monóxido y dióxido de carbono y hasta plomo”.
Una camareta, por ejemplo, tiene gran cantidad de mercurio. Mientras que los diablillos desprenden fósforo blanco. Cuando ese tipo de químicos entran en combustión generan concentraciones de humo y partículas, que son absorbidas por el sistema respiratorio y que pueden alojarse en los pulmones.
Según un estudio elaborado hace dos años por Funcorat, luego de la quema de los años viejos el ambiente queda saturado con material particulado. Este forma una nube de polvo que en Guayaquil demora en diluirse entre 15 y 20 días. Y en Quito demora aproximadamente un mes.
La explosión de camaretas y de los conocidos tumbacasa también provoca traumas auditivos.
El otorrinolaringólogo Gustavo Burbano explica que el estruendo de estos artefactos causa daños al oído medio, como la ruptura del tímpano. “Puede terminar en una hipoacusia o sordera temporal, a ser tratada con terapias”.
Pero los daños al oído interno, específicamente a la cóclea, es irreversible. “Cuando una personas está expuesta a explosiones continuas puede perder por completo la audición. La única solución en ese caso es un implante y es una cirugía complicada”.
Las quemaduras también son comunes en esta época, en especial en niños. El doctor Jaime Romero, jefe del área de Quemaduras del hospital Francisco de Ycaza Bustamante, asegura que un simple chispiador puede provocar lesiones de tercer grado.
En una de las camas, el pequeño Michael descansa. Hace dos semanas, cuando jugaba con fosforitos cerca de su casa, lanzó uno junto a un tanque de gasolina que explotó. La llama quemó la parte frontal de su cuerpo y ahora está a la espera de un injerto de piel.
“La única solución en estos casos es la prevención. Hay que estar pendientes de lo que hacen los chicos”, recalca Romero.