Se ha vuelto tan mentada la aberrante actitud del Gobierno de pretender acallar las voces de los comunicadores.
En tantos medios se discuten con tenacidad las intenciones de un régimen controlador que, solapado en leyes torcidas y manipuladas, busca instaurar una Ley de Comunicación que nos conduce a la incomunicación.
Se dice que viene la mordaza y con ella un silencio que quizá sepulte la poca libertad de expresión que con pobreza hemos manejado, porque desgraciadamente en nuestro país no es necesario que nos impongan sellos a los labios si nunca los abrimos, pese a los atropellos de los que somos víctimas.
Son contados los medios y más ínfimos en número que sin miedo a la represión enfilan sus criterios en favor de la libertad.
Son tan pocos en número que pareciera que estos defensores son seres anormales que pretenden subsistir en una sociedad donde la mayoría es masa
petrificada que no opina ni defiende lo que le pertenece.
La lucha por la libre expresión no es causa única de los informadores.
Su defensa debe interesar a todos los ciudadanos porque cada habitante tiene el irrenunciable derecho de expresar, opinar y comunicar.
En último sentido, si no lo quiere hacer le queda otro irrenunciable derecho que es conocer la verdad de lo que sucede en el entorno donde vive.
Estos aspectos conllevan al ciudadano a ejercer una responsabilidad moral con la Patria a la que pertenece, porque no se puede permanecer impávido frente a la intolerancia, el atropello y la prepotencia.
Ciudadanos: ¿acaso pretendemos formar a nuestros hijos/as en la pasividad o la esclavitud?
No hay peor cadena que el silencio cómplice de quien a sabiendas de la injusticia se oculta y deja que lo pisoteen.
Seamos periodistas o no, todos merecemos vivir en un Estado que respete y garantice la libertad. No seamos estatua fría que muda e impasible ve exhibir ante sus narices desvergüenza, avaricia o iniquidades.
Silenciar los medios implica esconder la verdad. Y ningún ciudadano puede aceptar ser una sombra manipulada .
Rowny Pulgar Noboa