Gabriela Michetti fue designada como Vicepresidenta de Argentina, después de la victoria electoral de Mauricio Macri. Foto: AFP
Ni izquierdas ni derechas, el viaje es hacia el centro. Asistimos a nuevos vientos en la reconfiguración del poder en América Latina. El triunfo del frente Cambiemos en Argentina, derrotando en las urnas al Frente para la Victoria, luego de 12 años de gobierno de Néstor Kirchner, primero, y luego de Cristina Fernández por dos períodos, deja abierto un escenario donde la región parece estar volcándose hacia la centro-derecha.
Claramente se ha producido un corrimiento que exigirá nuevos reacomodamientos y definiciones. Como ha manifestado, el vicepresidente de Bolivia, Alvaro García Linera en las últimas horas sobre el triunfo de Mauricio Macri en Argentina: “El continente se polarizó en dos únicas opciones: o continuidad de los procesos revolucionarios o el regreso de la derecha con la consecuente pérdida de derechos, la privatización de empresas y la acumulación de los recursos económicos en unas cuantas personas. Argentina ha develado la disyuntiva que vive el continente en los años que vienen por delante.”
Independientemente de izquierdas o derechas, y de orientaciones de planes de gobierno, de lo que no quedan dudas es que América Latina viene atravesando cambios en las coaliciones que gobiernan los países de la región y que las fuerzas políticas deberán realizar una buena lectura de este proceso para poder poner en marcha la supervivencia de sus idearios políticos. La política es dinámica, y a veces esto exige ser pragmático y adecuarse a las distintas coyunturas. Ahí puede radicar la suerte de otros gobernantes que aun siendo distributivistas adoptaron políticas económicas más ortodoxas, como Evo Morales, en el poder desde 2006, y Rafael Correa, quien gobierna desde 2007.
En este sentido, el contexto económico que marca el nuevo orden mundial establece las reglas de la realidad más allá de las improntas populares y progresistas que han venido siendo tradición de los países de la región. El progresismo en todo el mundo necesita reconvertirse en busca de la eficiencia y de poner al Estado al servicio de los pueblos con inteligencia y creatividad. Así como los partidos con bases y principios más cercanos a la derecha tuvieron que amoldar sus discursos incorporando las conquistas de los ciudadanos en materia de derechos laborales y sociales, o la apuesta al desarrollo en base a la investigación, la ciencia y la tecnología, los partidos más progresistas tienen que afinar la escucha para no quedar hablando solos con el riesgo de quedar frente a un auditorio vacío.
El caso argentino más que el comienzo de una nueva era es un buen ejemplo respecto al reordenamiento de los partidos de gobierno. El cambio en Argentina, los vaivenes de Brasil y la ebullición de Venezuela, muestran como posibilidad concreta que crezca la oleada de administraciones gubernamentales con la mirada más puesta en planes económicos ortodoxos que en las políticas sociales de sus antecesores.
Pero no es casual que la derecha haya mantenido el contenido social en su discurso. No parece haber margen para que los nuevos gobiernos de tendencia más liberal, eliminen o reduzcan los programas sociales que sacaron a millones de familias latinoamericanas de la pobreza. Es decir, así como somos protagonistas de un aparente retroceso de los progresismos, también podemos observar el aggiornamiento de la derecha que ha perfilado los grandes temas de su agenda de gobierno en el desarrollo, la equidad, y la integración mirando al Pacífico a semejanza de lo que puede ocurrir en Chile o el mismo Uruguay.
Macri también anunció que buscará excluir a Venezuela del Mercado Común del Sur (Mercosur), y anticipa un acercamiento a Estados Unidos y mayor apertura comercial en contraposición a las tendencias proteccionistas de la última etapa. Por las dudas, Correa le pidió que no se entrometa en los asuntos internos propios de países soberanos, dejando más en claro aún que habrá dos perfiles regionales en contraposición.
Algunos intelectuales y periodistas celebran un supuesto final del eje bolivariano producido con el triunfo de Macri, que posibilitará relacionar a América Latina con el mundo con otro nivel de apertura y oportunidades. Algo así como la Patria Grande sin Venezuela y su socialismo. En definitiva, lo que puede asomar como primera conclusión es que los Gobiernos que han nacido más cerca de los pueblos, que se han parecido más a ellos, que han construido su camino sobre la base de la reivindicación de los sectores que más sufrieron las crisis económicas de la década del ‘90, perdieron la sintonía y han abierto paso a los sectores políticos que tomando impulso desde la derecha hoy consolidan nuevos gobiernos virados al centro.
La misma Presidenta saliente de la Argentina habló de que durante los gobiernos de su fuerza política se ha empoderado al pueblo, y eso es cierto: el pueblo ha ganado en calidad democrática y en derechos y si bien claramente son logros que no son patrimonio de un partido y que por lo tanto están establecidos como políticas de Estado (léase la Asignación Universal por Hijo), existe el riesgo de dar marcha atrás con el nuevo gobierno.
Está claro que no se pueden resolver los problemas de hoy enarbolando solamente logros de ayer. Aquí hay una clave para el futuro de la región. Escuchar más y garantizar no retroceder en el territorio conquistado. Mauricio Macri y Cristina Fernández parecen haberlo entendido con algunos gestos recientes. El primero y entrante, ratificando al ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao que continuará al frente de la cartera científica argentina a pesar del cambio de signo político, área central del desarrollo y el futuro del país; la segunda y saliente, garantizando que colaborará en una transición ordenada y en paz.
La Patria Grande que fuera construida de la mano de liderazgos políticos fuertes, hoy se transforma en una patria empoderada que exige de sus representantes que piensen en mejorar la calidad de vida de toda la población, más preocupada por las consecuencias de las políticas públicas –resultados- que por los colores de los partidos políticos. Al parecer nadie tiene la vaca atada, -expresión popular en Argentina que nos permite dar cuenta de alguien que cuenta con garantías para ejercer su poder sin riesgos de perderlo-, y de eso se trata en América Latina: los gobiernos son más controlados por la ciudadanía y eso es muy saludable para el ejercicio democrático.