Tener un chef internacional en casa, que prepare deliciosos platillos es un privilegio de pocos. Camilo es uno de los afortunados, tiene 4 años y su apreciación de la comida es especial. La pizza es su preferida y “el pescado de ojo”, dice, antes de hechar a correr por el piso alfombrado de su dormitorio. Se refiere a que le gusta comer un pescado entero; los filetes no tienen ojos y no tienen nada divertido para Camilo, que esta tarde se ha vestido de gala, con su traje de chef.
Los enseres y los olores de la cocina son lo más natural para el pequeño hijo de Mauricio Armendaris, presidente de la Asociación de Chefs del Ecuador.
Mauricio normalmente no cocina en casa si no es por una razón especial, y Camilo es una de ellas.
“Los cocineros tenemos un problema”, dice y continúa “no cocinamos para nosotros, nuestro placer es ver que disfrutan nuestra comida y mi placer personal es que a él le guste lo que cocino”. Por eso a la hora de ir de compras, Camilo escoge los ingredientes que se le antojen y su papá se encarga del resto.
Mauricio cuenta que acabó en la cocina por “vago”, pues pensó que la gastronomía era más fácil que la hotelería. Le parecía que allí no tendría que encontrarse con las matemáticas y los costos, que le resultaba difícil entender en inglés cuando estudiaba en el extranjero.
Sin embargo, además de estas materias, para cocinar tuvo que lidiar con la química, el cálculo culinario y la microbiología. Lo bueno para él y su carrera fue que la esenia culinaria lo cautivó. Así empezó su carrera, en la que ha alcanzado reconocimiento nacional e internacional por su énfasis en rescatar el valor de la gastronomía preparada con los ingredientes tradicionales del Ecuador.
A pesar de sus éxitos profesionales, “hay un punto en que dejas de hacer por ti”, dice el chef observando a su hijo, quien vive toda una aventura con la masa. Jugando con su papá aprende a estirarla, a hacer una trenza y varios bastoncitos. “Uno le muestra a su hijo lo que hace su papá y que no lo hace para sí mismo”, dice, respecto a los recorridos en varios países que cambió por ir al parque, montar un cuadrón o simplemente cocinar para Camilo.
Después de 20 años como chef, cree que no hay dinero ni fama que alcance para trabajar en fechas especiales como Navidad, sin importar cuál sea el restaurante, el hotel o el comensal. Rememora a muchos de sus colegas mayores que han sacrificado los momentos con sus hijos por el trabajo.
Siempre pensó que cuando tuviera un hijo cambiaría su vida, pero “no me imaginé que era tanto trabajo”, dice sonriendo. Él cree que la paternidad complementa su profesión porque ahora no trabaja para hacer crecer su vanidad, como sucedió en una primera etapa de su carrera, sino que siente la responsabilidad de trascender a través de su hijo.
“¿Quién más le puede enseñar a ser un hombre de bien que su padre?”, exclama. (ARP)