La empresa es sencillamente colosal: redactar a través de varios volúmenes la Historia general de la Literatura ecuatoriana. Hoy por hoy, la única persona que pudiera asumirla es Hernán Rodríguez Castelo, justo quien ha aceptado el desafío, sobre la base de su formación, labor tesonera y eruditos conocimientos.
El más reciente tomo es un revelador estudio sobre José Joaquín Olmedo, personaje de verdad crucial ubicado entre los últimos años de la Colonia todavía, los turbulentos años de la Independencia y los primeros de la organización republicana.
También el más emblemático de esa vivencia colectiva que es el ‘guayaquileñismo’ y, además, por si algo faltare, con plena vigencia actual: no envejece, resulta siempre contemporáneo y aleccionador.
Si no, véase solo a modo de ejemplo aquello que Olmedo escribiera dentro de una de las facetas menos conocidas de su obra: la de periodista, mientras la actual Asamblea ecuatoriana se enreda y confunde en torno de los proyectos de Ley de Comunicación.
En efecto, Olmedo es ante todo el poeta épico que cantó a Simón Bolívar y también a Flores, el vencedor de la batalla de Miñarica; es el iluminado orador de las Cortes de Cádiz, mientras denunciaba la inhumanidad de las “mitas” americanas; el poeta lírico; el escritor de epístolas, el guía de las primeras Convenciones ecuatorianas.
Pero de pronto, solo unos meses después de la revolución del 9 de octubre, circuló el ‘Prospecto’ del periódico El Patriota de Guayaquil. El ‘Prospecto’ equivalía a lo que ahora llamaríamos la ‘línea editorial’ y Rodríguez Castelo demuestra que lo redactó Olmedo.
Para Olmedo no cabe la menor duda que la libertad de prensa, como aplicación concreta de la libertad de pensamiento y la libertad de opinión, es un derecho natural de los seres humanos, por consiguiente anterior y superior a los Estados y los gobiernos. Incluso sirvió como epígrafe para el periódico, la ya entonces célebre frase: “En los Estados libres la escritura debe gozar de la justa y natural libertad que en sí tienen los dones celestiales del pensamiento y la palabra”. Enseguida la constatación surgida de las evidencias históricas: “Los tiranos la han visto siempre con horror y han procurado sofocarla para oprimir más fácilmente a los pueblos”. Pero, claro, libertad tan alta exige de no menos severas obligaciones, de una ética rigurosa: “Que se exprese la opinión libremente, pero siempre con dignidad; que se presenten los abusos de poder y de la magistratura, pero con decoro; que se diga la verdad con franqueza, pero sin importunidad; que se ataque a los vicios fuertemente, pero con probidad; que se descubran las artes de la ambición, paliada con capa de celo y patriotismo…” En suma, Olmedo es tan actual ¡que lo anterior parecería escrito el mismo día de ayer!