En la época colonial y hasta no hace mucho, cuando el hijo del hacendado preguntaba a su padre, “¿hasta dónde llega nuestra propiedad?”, la respuesta solía ser: “Ves esa montaña allá a lo lejos…”
Eran grandes extensiones de tierras en manos de una sola persona o familia, como el caso de la Hacienda Pitaná Alto, a 10 minutos de Cayambe, en la población del mismo nombre.
Esa hacienda, de 1300 hectáreas de extensión, ha sido centro de varias disputas en los últimos años. Hasta el 2006, Filanbanco era el propietario de las tierras, adquiridas tras un embargo al dueño original, Alejandro Pinto Acuña, quien no había podido cumplir con los pagos de un préstamo y, al haber hipotecado la hacienda, la perdió.
fakeFCKRemoveCon la liquidación de la entidad financiera en ese año, el Estado sacó a remate la hacienda y, desde ese momento, los conflictos empezaron. Dos grupos querían comprar las tierras: uno de ellos de empresarios y el otro formado por 400 familias de cuatro comunidades aledañas (Pitaná Alto, Pitaná Bajo, Asociación Pitaná y Buena Esperanza).
Después de una serie de problemas entre ambos grupos, en los que no faltaron los baños de limpieza públicos (de ortiga y agua) a jueces que tramitaban el caso. Y la toma de las oficinas del Filanbanco en Quito, el 4 de noviembre del 2008, por las comunidades, el remate se realizó.
A finales de ese año, con el martillazo final, las tierras pasaron a manos de las 400 familias. Cada una de ellas había hecho mucho esfuerzo para juntar los USD 125 000 necesarios para participar en el remate. “Pusimos todos nuestros ahorros, vendimos vaquitas, cuyes, pollitos… para reunir el dinero. La mayoría de la gente de aquí trabaja en las florícolas y gana lo justo. Fue un gran sacrificio, pero valió la pena”, afirma Luis Cholango, uno de sus dirigentes.
Y así lo siente Amable Quishpe, quien mira satisfecho la gran extensión de tierra y sueña en que algún día esté lleno de sembradíos de papa, cebolla, arveja, haba, trigo, etc.
“Ya no quiero bajar a la ciudad para trabajar de albañil. Quiero trabajar en esta mi tierra y no alejarme de mis dos hijos”.
El pensamiento es similar entre los integrantes del grupo, quienes cada 15 días realizan una minga para sembrar y cosechar. Después de un año de haber conseguido las tierras, las comunidades tienen actualmente plantadas 80 hectáreas de trigo y papas, principalmente, pero aún es un pequeño pellizco en la vasta extensión de tierra.
Todo lo hacen con sus propias manos. Cada uno lleva su azadón y el cucayo (tostado con mote y chicharrón) que nunca falta. Protegidos con gorras y abrigados para contrarrestar el frío del páramo, cientos de personas se reúnen para trabajar, entre las 07:00 y las 17:00. Pese al esfuerzo, parece que todo avanza muy lentamente. Por ello, piden ayuda a las autoridades.
“Hemos golpeado muchas puertas, pero nadie nos hace caso. Solo el Consejo Provincial de Pichincha nos ayudó con asistencia técnica. Hasta el pequeño tractor que labra la tierra lo alquilamos”, dice Cholango.
Y no solo eso. Las familias corren contra el tiempo para reunir USD 1,2 millones, que es el precio del valor de la hacienda y que deben pagar al Ministerio de Finanzas. La primera letra, de USD 600 000 deben cancelarla hasta junio y, la segunda, hasta junio del próximo año.
Cada familia abona lo que está a su alcance. José Manuel Cuéllar, de 57 años, por ejemplo, destina USD 100 de lo que le pagan por su trabajo como agricultor en una plantación de agapantos (flores). “Tengo 9 hijos. Quiero que estas tierras queden para mis hijos. No importa el esfuerzo, porque valdrá la pena”.
Según los dirigentes, sí lograrán sumar la cantidad requerida, porque todos están muy unidos y no quieren perder esta oportunidad. Además, toda la pequeña producción que ya sale, se está reuniendo también.