Ariel Magnus (Buenos Aires, 1975) vuelve con una novela hilarante e irónica: ‘Cartas a mi vecina de arriba’.
La trama de esta ficción urbana es sencilla: un vecino de un piso de abajo vive un tormento por el ruido de los afilados tacos de su indolente vecina de arriba.
Un vecino es casi siempre un enemigo en potencia. Y si vive arriba y taconea sobre nuestra cabeza, la guerra está declarada.
Así de sencilla es la trama. Lo que aporta esta novela breve (146 páginas) es cómo ha sido narrada: mediante el género epistolar.
El vecino es un hipersensible escritor solitario, como la mujer de los tacones. Por ello, recurre a su oficio y escribe decenas de cartas en las cuales se queja del maltrato de los ruidosos zapatos.
Sin embargo, las misivas también están matizadas con reflexiones de los ruidos urbanos, (la presencia del lechero, el carro de la basura, un tren, los avatares de la vida en condominio) y pistas de la vida del escritor.
La vecina, una mujer madura, al parecer jubilada, también le responde, pero no profusamente como el vecino de abajo.
Poco a poco la relación se va tejiendo de textos amistosos, los del principio, lejanos, burocráticos, a momentos soeces y delirantes. No faltan de lado y lado los argumentos filosóficos, comerciales, civilizados y bárbaros.
Las cartas son de amor, de perdón, de ruego y odio.
Ariel Magnus, con habilidad intercala jergas bonaerenses y las infaltables lógicas, más bien los insistentes ruegos, para lograr el ansiado silencio.
Valiéndose del humor que va de la ironía a la frontal acidez, Magnus ofrece una historia desconcertante, en la cual los solitarios personajes exceden los límites del reclamo por el taconeo.
Entonces se escriben de sucesos íntimos de sus respectivas familias: entran padres, abuelos, madres solteras… Incluso se sugiere que los vecinos pueden ser parientes. El tono ceremonial de las cartas iniciales raya en lo jocoso: “Querida vecina: (…). Pese a que nuestro intercambio de opiniones presentaba todos los signos para ser considerado infructuoso y hasta un rotundo fracaso, no le voy a negar que por un tiempo guardé la esperanza de que usted recapacitara sobre lo conversado y cediera a mi humilde petición, incluso creí que por algunas horas no volví a oír su alegre zapateo”. El narrador define al taconeo como un persistente pájaro carpintero que le martilla los tímpanos, con lo cual se desvanece la esperanza del ansiado silencio.
Lo cursi está latente. “Escuche, vecina mía, la plegaria que este pobre hombre le hace de rodillas y con amargas lágrimas (….), compadézcase como lo haría Cristo y acceda a mudar de calzado”.
Ella no cede. Él, en un largo capítulo, habla de las bondades del oído, habla de cada parte que lo compone. Por supuesto, da cátedra de las clases de zapatos.
Magnus crea personajes solos y obsesivos, como el célebre piromaníaco de ‘Un chino en bicicleta’ (premio La otra orilla de editorial Norma). Sin embargo, a pesar del final risible y enigmático de ‘Cartas’…, ‘Un chino en bicicleta’ es más amena y divertida. Algunas cartas, las del final, son pesadas y cansinas.