La vida nos espera en cada esquina con personajes a veces inconcebibles, escandalosos. Y en estos comienzos del siglo XXI tenemos en la Argentina más de uno ante nosotros.
Los talentos creadores de todos los tiempos han sido capaces de hacer de muchos de ellos protagonistas de obras literarias y teatrales. En música tenemos atractivos ejemplos, que, sin embargo, es preciso descifrar por la categoría especial de su lenguaje. Es que en este arte, su profundo sentido no se agota en los sonidos que escuchamos. El hombre-oyente es el que está capacitado para recibir ese vehículo de la subjetividad del hombre-creador. Pero cada creador tiene sus propias reglas para hacerse comprender.
Verdi sabía algo de esto. Pero si hay un músico que sea ejemplo, ese fue Schostakovich, en el período que se prolonga hasta después de la muerte de Stalin, en 1953. Y fue solo tras la muerte de este, cuando se atrevió a componer un “retrato musical” que lo mostrara en su esencia. Ello ocurrió con la Sinfonía Nº 10 , cuando recurre a un motivo sonoro que se vincula con el intervalo formado por tres tonos enteros, lo que en la teoría medieval se llama ‘Diabolus in musica’, por su carácter disonante y su dificultad de entonación. Este elemento, que en el primer movimiento de la obra adquiere valor de primer tema y reaparece como Leitmotiv en todos los restantes.
El diabolus Stalin quedaba así musicalmente retratado. Es por eso que el crítico Salomon Volkow muestra a Shostakovich como “el loco de Dios”, que en la vestimenta del juglar dice a gritos lo que está prohibido.
Dentro del periodismo argentino, y aún viviendo nosotros una etapa menos siniestra, existe más de un “loco de Dios”, capaz de desnudar las mentiras e infamias que nos llegan desde ciertos desaprensivos funcionarios. ¡Qué bueno sería que alguno de nuestros compositores asumiera una tarea similar para dejar registrada en su obra el tiempo del que son testigos!