El ex dictador panameño Manuel Antonio Noriega, condenado en Francia a siete años de cárcel por blanqueo de dinero de droga en los años ochenta, fue un militar sin escrúpulos, agente de la CIA, vinculado tanto a Pablo Escobar como a Fidel Castro.
Juzgado durante tres días la semana pasada, Noriega relató su carrera militar y política que lo convirtieron en hombre fuerte de Panamá entre 1983 y 1989, sin explicar las operaciones financieras en el extranjero ni el origen de USD 2,8 millones depositados en bancos de Francia, que según la fiscalía provenían del narcotráfico colombiano.Nacido en febrero de 1934 en el seno de una familia pobre de origen colombiano, Noriega abrazó muy joven la carrera militar. Tras participar en 1968 en un golpe contra el presidente Arnulfo Arias, comenzó su ascenso al defender al general Omar Torrijos contra una tentativa de derrocamiento. En esa época se enroló como espía de la CIA, omnipresente en Panamá para vigilar el Canal.
Luego de la muerte de Torrijos, en 1981, en un misterioso accidente de aviación y la negociación de los tratados que aseguraron la devolución del Canal a Panamá, se convirtió en el hombre fuerte del país, como jefe de los servicios de inteligencia, el G-2.
Pero su poder fue total a partir de 1983, cuando accedió a la comandancia de la Guardia Nacional, a cargo del control de las Fuerzas Armadas, la Policía, del Departamento de Inmigración, el control aéreo y la administración del codiciado Canal.
En el marco de las guerras civiles que azotaban a Centroamérica, Noriega fue capaz de jugar en varios frentes, lo que le permitió mantenerse en el poder casi hasta finales de siglo, pasando de aliado fiel a enemigo número uno de Estados Unidos, con la llegada a la Casa Blanca de George Bush padre (1989-1992) , ex patrón de la CIA.
Estados Unidos empezó a aislarlo y la represión interna se intensificó. En 1987, un ex jefe del Estado Mayor, Roberto Díaz Herrera, lo acusó de corrupción, fraude electoral y de ser responsable del accidente aéreo que costó la vida a Torrijos.
Aunque Noriega conservó cierto apoyo popular, esas acusaciones desencadenaron manifestaciones en Panamá. El Senado estadounidense le exigió abandonar el poder pero el militar se negó y desafió al vecino del Norte, que lo acusó de complicidad con el narcotráfico.
El 20 de diciembre de 1989, tropas estadounidenses invadieron Panamá -en donde murieron cientos de civiles- para derrocar a Noriega, que permaneció refugiado dos semanas en la Nunciatura antes de rendirse.
Transferido a una prisión de Florida, fue condenado a 40 años de cárcel por la justicia estadounidense, que lo reconoció como “prisionero de guerra”.
La condena fue reducida a 30 y a 17 años por buena conducta, que cumplió en septiembre del 2007. Francia lo condenó en ausencia en 1999 a 10 años de cárcel por lavado de dinero y pidió su captura y extradición, que el 26 de abril del 2010 firmó Hillary Clinton, jefa de la diplomacia de Estados Unidos.