Olga Imbaquingo Revelo,
Corresponsal en Washington
Ilan Stavans (1961) es el intelectual que mejor conoce sobre la vitalidad del español en Estados Unidos y de esa relación amorosa, imperfecta pero inevitable con el inglés. De eso nació un hijo: el spanglish, el cual para la Real Academia de la Lengua no existe. El ensayista, lexicógrafo, comentarista cultural, cuentista… dialogó con en EL COMERCIO.
La Real Academia de la Lengua publicará un manual de 800 páginas de ortografía. ¿Alguna sugerencia para quienes trabajamos con idioma de cómo bebernos esos cambios, correcciones, actualizaciones y eliminaciones?
Va a ser un trabajo pesado, sobre todo cuando no hay suspenso e intriga y el estilo de la Real Academia es tedioso. Es una especie de decreto real que llega desde el castillo y que al menos que nos revelemos nos aburriremos con esa lectura.
¿Cuando se enteró de los cambios le vino algún eco de las palabras del escritor Gabriel García Márquez cuando pidió en 1997: “jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna”?
Sí pero también pensé en estudiosos, de España y Latinoamérica, que han promovido una simplificación y un reconocimiento del español en nuestra galaxia cultural. Más de 500 años después hay españoles con una sintáctica similar, pero con diferencias constantes. Una de esas figuras fue Andrés Bello, él sugirió hace dos siglos maneras más prácticas de aproximarnos a la gramática.
¿Qué vamos a hacer con los que aprendieron que hay una b de burro y una v de vaca y ahora tienen que solo decir b y uve?
El esfuerzo que hace la Academia no es del todo deleznable, es mejor referirse a estas letras como lo que son: b y uve.
Debemos estar de luto porque estamos perdiendo la ch y la ll del alfabeto?
No. Tenemos que tomar las armas y sublevarnos.
¿Cómo?
No toda civilización tiene una institución similar a la Academia. Ni en Washington ni en Londres hay eruditos que legislan sobre el idioma. Éste es el resultado: el inglés es más dinámico, progresista, transformador y flexible. Es hora de pensar la función que tiene la Academia y si la necesitamos o no.
¿Intentar poner al español en cintura es una misión imposible en tiempos de Facebook y Google?
Como decía una figura de la revolución mexicana, el idioma es de quien lo trabaja. Con una difusión abrumadora de información es difícil continuar con esta actitud dogmática.
¿Dónde quedan los clamores de liberar al idioma en la era de la globalización?
Hay que partir de que no hay idioma mejor ni peor, ni que allá lo hablan mejor y acá peor. Lo que hay es idiomas que tienen más palabras como el inglés, pero cuando se le pregunta a un poeta de habla inglesa si tener más palabras en su vocabulario le permite ser más creativo, la respuesta siempre es: no necesito tener un millón sino las suficientes.
¿A reescribir el diccionario?
Hay dos tipos de diccionarios: unos prescriben cómo hablar el de la Academia y otros describen la manera en que la gente habla. Creo que todo diccionario es ineficiente porque el idioma está más allá de los libros y el momento en que surge una nueva palabra y es usada por 100 ó 1 000 personas se legitima sin que nadie le de la venia. Pero igual creo que todo idioma necesita de pautas y ciertas reglas y de una normativa porque si hablamos y escribimos sin prestar atención a ciertas funciones gramaticales, sintácticas y morfológicas será un caos.
Como escribió el autor argentino Charlie Feiling: “sin camisa de fuerza se cae en la anarquía y se hace imposible la comunicación y ‘prohivir’ las ‘rreglas’ nos ‘pribaría’ del ‘plaser’ de ‘biolarlas’”.
Hay que tener reglas para violarlas. Pero quiénes establecen y legitiman las reglas, en qué momento se convierten en reglas y por qué la Academia debe dictarlas.
¿Alguien tiene que hacerlo, no?
En idiomas donde no hay Academia existen reglas y se van transformando en la medida en que la gente los utiliza. Hay una especie de mecanismo Darwinista, una palabra en algún momento adquiere un valor distinto. En inglés bad (malo) era un referente de algo negativo. A partir de los 60 empezó a significar algo bueno también. Michael Jackson tituló una canción así para enfatizar algo positivo. Hoy, el diccionario de Oxford incluye variantes en sus definiciones que quieren decir malo, pero en ciertos contextos es bueno.
Los latinos en Estados Unidos no esperan que las reglas las dicten desde España. Han creado el spanglish, que no es tomado en cuenta por la Academia.
Es un error gravísimo. Cerca de 50 millones vivimos en Estados Unidos y tenemos un idioma fluctuante e inestable, negar esas manifestaciones es negar lo que está ocurriendo con el español actual: o nos dan como caso perdido o creen que volveremos al seno materno de la lengua y eso no va a ocurrir.
¿Se ha dado cuenta que usted es uno de los pocos intelectuales contrarios a la total virginidad de la lengua, a diferencia de otros estudiosos?
Los intelectuales pueden ser agresivos, provocadores y desafiantes pero cuando se trata de la lengua somos apocados y serviles. Hay una visión jerárquica que del modelo de España, pero la lengua no es de nadie y si no articulamos ese mensaje estamos jodidos.