Arthur Shopenhauer, en un libro que algunos pensarán está demás: ‘El arte de tener siempre la razón’, luego de una breve reflexión sobre la lógica y la dialéctica aristotélica, enseña una serie de estratagemas para que cualquiera de sus lectores se salga con la suya, sobre cualquier contrincante. Desde luego, la desmesura del propósito hace que el lector sospeche una irónica sonrisa en el rostro del autor. Borges, apasionado lector de Shopenhauer, deja entrever la misma actitud irónica frente al absurdo de la existencia. Desde Argentina, en un acto de generosa amistad, Carmelo Venuti me ha enviado una verdadera joya literaria, el libro de Roberto Alifano: ‘El humor de Borges’. Un libro del que Enrique Anderson Imbert dijo era capaz de convertir al insomnio en una fiesta. Pero también: “Borges divierte porque él se divertía”. Esa es la clave. Muerto de la risa, Borges cuenta que en una ocasión un taxista no quiso cobrarle una carrera: “¡Cómo se le ocurre! —exclamó—. ¿Cobrarle yo, al mismísimo Tato Borges?”. El taxista lo había confundido con el cómico argentino Tato Borges. Amigo personal y secretario del maestro, Roberto Alifano también se divierte. Nos muestra a un Borges conversador, tan genial como es el escritor. Ya que estamos en época futbolera, vaya esta anécdota:“Caminar con Borges por las calles de Buenos Aires deparaba cada día una sorpresa. Después de almorzar en un restaurante de la av. Corrientes quiso ir a pie a su casa, ya que el médico le sugería caminar al menos veinte cuadras por día. A poco de nuestro andar, unos hinchas de fútbol que regresaban de la cancha lo reconocieron y le gritaron desde un camión:
“¡Borges, sos más grande que Maradona!”.
—Bueno, eso estaría bien si lo gritaran en Estocolmo —me comenta Borges—. “Talvez podría influir en los académicos suecos”.
El humor desollado de un hombre que escribió este verso: “He cometido el peor de los pecados, no fui feliz”.