Durante la última década, además de la producción de ritmos nacionales, de baladas pop, de los sonidos del rock y de fusiones tropicales de variado gusto, la música ‘made in Ecuador’ cubrió un espectro más amplio.
Solamente nombrar sus géneros, subgéneros y estilos bien valdría un pesado inventario. Dentro de toda esa diversidad, el punk, el reggae, el ska, y el hip -hop, el funk llegaron y crecieron hasta instalarse en los oídos del quiteño.
Radios, bares y festivales lograron que las trompetas y las rimas suenen en un mismo espacio y que las rastas y las crestas se muevan por igual en un frenético pogo.
Difícil mencionar a todos en tan corto espacio, pero los últimos 10 años pusieron en la escena capitalina a bandas de punk como El Retorno de Exxon Valdez y Tanque, el género ahora suena con algunas variantes en la voz de Sofía Abedrabbo de Biorn Borg.
Las trompetas y la energía de ska pasaron por los miembros de ‘la banda más chimba del Ecuador’, La RoCola Bacalao, los Suburbia y La Piñata.
El reggae sonó fuerte con Sudakaya, más espiritual con los Alma Rasta y llegó a otro nivel de popularidad con Papa Changó.
La parte musical del hip-hop crece en los barrios y en la improvisación de quienes quieren expresarse con las rimas. De ellos, saltaron al escenario, 38 que no Juega, Spiritual Lyric Sound, Equinoxio Flow, los Nin…
Y el funk está sonando desde las ‘siodos’ de la Guerrilla Clika, el Gran Clan o la Funk Familia…
Esta explosión de sonidos se acompañó de una movida diversa en atuendos y prácticas, y que exigía nuevos espacios de encuentro.
Así, aparecieron puntos en la capital, donde la espuma de la cerveza y el humo de los fumables ascendía al igual que la temperatura de la noche. Botas destartaladas o coloridos Converse esperaban sobre la acera. Y, tras el control de la edad, un paso adelante aseguraba el contacto con una ‘vibra’ potente.
La Chicharra Paralizadora, el Limbo, el Moloko, la Bunga y el Aguijón se convirtieron en el refugio de quienes querían saltar, mover la cabeza y dejarse llevar por bajos y percusión.
Otro tanto ocurrió con los espectáculos en vivo. El antecedente más próximo fue el Rock desde el volcán, cuando bajo la organización de Ricardo Perotti y con un gran cartel, escasas personas llegaron al cráter del Pululahua. Tristemente, el evento no volvió a repetirse.
Pero la necesidad de un espacio para convivir con la música alternativa retomó fuerza.
La Alianza Francesa con la Fiesta de la Música se abrió como espacio alternativo. Este festival se da también en las demás extensiones de la Alianza en el país.
Otro encuentro con aceptación del público se estableció desde 2003, cuando el Quitofest llegó como una alternativa a las fiestas de la capital. Luego cambiaría de fecha y de lugar (pasó de La Carolina al Itchimbía). Y también se cuenta la propuesta musical y social que se encarna en el Quitu Raymi.
De este movimiento, es más fácil hallar información en el ciberespacio que en la frecuencia modulada.
Prácticamente cada una de las propuestas musicales mantiene un canal abierto en MySpace, Facebook o Twitter. En esas redes sociales el melómano y el aficionado pueden enterarse sobre las noticias y los proyectos de cada banda, conocer las diferencias entre géneros y estilos o integrarse al proceso creativo.
A la par de esos portales, surgieron las radios virtuales, que con lenguaje fluido conformaron espacios de interacción entre los artistas y los cibernautas. De entre ellas, la más popular y reconocida es Plan Arteria, un sitio que visibiliza proyectos musicales.