La noche del 30 de noviembre del 2006, el presidente electo Rafael Correa fue uno de los principales invitados a participar en el pregón por las fiestas de Quito.
Estuvo presente durante buena parte del festejo, junto a la entonces reina María Valentina Mera, y al alcalde Paco Moncayo. Luego, entre sonrisas y aplausos, bailó un pasacalle con la Reina capitalina.
Esa imagen de jovialidad y simpatía cambió drásticamente al día siguiente, cuando Correa se reunió con la embajadora Linda Jewell.
En privado habló de sus incomodidades con ciertas costumbres ecuatorianas, según el cable 88 082.
En ese sentido, según el informe de la Embajada, él veía necesario un “cambio cultural” en Ecuador.
Por ejemplo, expresó su incomodidad “con los estereotipos ecuatorianos, como bailar con reinas de belleza”.
Mientras destacaba su afinidad con la cultura de EE.UU., Correa comentó que en el país todavía hay mucho racismo, aunque no esté en la ley. Y contrastó la obsesión ecuatoriana con las clases sociales, reflejada en el énfasis de las raíces genealógicas, con el individualismo americano que él prefería y encontraba refrescante.