En 1971 Alfonso Barrera V. publica en Buenos Aires ‘Dos muertes en una vida’ (La Flor), reeditada en Argentina (Espasa Calpe) y en España (Austral) en 1980, por El Conejo en 1994, y en 2010 por Libresa. En 2005, treinta y cuatro años más tarde, Alfaguara edita ‘Sancho Panza en América’.Dos obsesiones propias del autor unen a estas dos novelas: el tiempo y el sentido de lo nuestro. Barrera —conocedor de Newton, Galileo, Nietzsche y Einstein— estaría de acuerdo con Don DeLillo que escribe que al tiempo solo se lo encuentra en los verbos, porque el tiempo no existe, o acaso es circular o detenido.
En ‘Dos muertes…’, situada en Ambato, Juan Hiedra nació varias veces. Porque él es, sobre todo, un lugar: Pachanlica, es decir lo suyo. Al final, Juan, su padre y su madre se convierten en Panchalicas, pues todos son Pachanlicas allí, ese mismo Juan que dijo que “de mi país me gusta cada minuto de cada rincón y cada clima”. Los diálogos, dice el autor, no crecen “de casa en casa, de boca a boca, sino de loma a loma”.
En ‘Sancho Panza en América’, Alonso Quijano y Cervantes murieron, o en El Quijote, o después de ser este escrito, y pertenecen a la eternidad, al no tiempo. Sancho, en cambio, que no murió, está destinado a la inmortalidad.
Pero sucede que Sancho Panza, en la novela, es invitado a Quito por los académicos, al cumplir 400 años de El Quijote, pero prefiere, como analfabeto sabio, alojarse en el barrio de San Roque y buscar amistad y compañía en el picapedrero de las canteras del Pichincha y en las personas del lugar, en la gente simple dueña de la razón, mientras dialoga con los inmortales de nuestro lugar: Espejo, González Suárez, Carrera Andrade’
En ambas novelas, tan distantes una de otra, a más de la concepción del tiempo y de lo propio, se siente la recuperación de la sabiduría del sencillo tanto en Sancho Panza y sus amigos de San Roque como en los Panchalicas, y, sin duda, el rescate de la imperecibilidad de la literatura.