Rubén Darío Buitrón,
Editor de Información
¡Tenaz!, me dice una colega cuando mira la portada del libro ‘Asesinos en serie’.
Sí, tenaz. Fuerte. Estremecedor. ‘Asesinos en serie’ da miedo. Y proyecta esa percepción en los lectores porque hace un profundo y descarnado análisis de las características patológicas de esa clase de criminales.
Según expresa la editorial Norma en la contraportada del libro, “este no pretende ser un tratado sobre la mente criminal, pero el autor ha recurrido a diferentes teorías psicológicas y psiquiátricas para entender los más de cien casos reales que expone”.
El autor es el colombiano Miguel Mendoza Luna, un escritor de 37 años que ha transitado por los caminos de la literatura negra, el terror, la crónica roja y el estudio de los grandes maestros de la narrativa de suspenso.
Por supuesto, el estadounidense Truman Capote, autor de la célebre novela-reportaje ‘A sangre fría’, es uno de sus grandes referentes.
Sobre él y su vida, Mendoza escribió el libro ‘Las horas negras’.
Y alrededor de esos temas transcurre su vida. En la Universidad Javeriana, de Bogotá, dicta los cursos Asesinos en serie, asesinos de masas.
También imparte clases sobre La escritura del crimen, Narrativas del mal, Relatos del futuro y Escribir para publicar.
El legendario Jack el Destripador es el personaje que abre el estudio. Y Mendoza lo describe así:
“La prostituta intentó zafarse, pero dos corrientes heladas pasaron por su garganta y el frío, el más intenso jamás experimentado, la dominó. Sus ojos se dirigieron hacia el cielo de Whitechapel.
El hombre dejó que el cuerpo se escurriera hasta el piso. Sin pensarlo, dirigió su largo cuchillo contra el vientre de la mujer.
Limpió el arma con el interior de su abrigo y contempló con orgullo la cabeza de la mujer, separada del cuerpo (…).
Así como emergió de las sombras, desapareció en medio de indigentes, marineros ebrios y el aire enfermo de los puertos mercantes de Londres”.
Mendoza combina el relato literario, la crónica periodística y el ensayo académico.
Y de la misma manera que construye personajes, imágenes y ambientes sobrecogedores, plantea teorías para ahondar en la compleja psiquis de los asesinos:
“Declaraciones de homicidas convictos han dejado evidencia de cómo esos atroces actos implican gratificación sexual”.
En ese panorama aparece el colombiano Pedro Alonso López, el ‘Monstruo de los Andes’, que mató en Perú, Bolivia y Ecuador.
Cuando la Policía lo atrapó, López llevó a los investigadores a una zona apartada de Ambato y mostró dónde había enterrado los cadáveres de 53 niñas.
Mendoza descubre que en el fondo del alma de los asesinos hay un irrefrenable deseo de poder. De un poder tenaz que, como otros, cuando es mal usado deja crueles rastros de dolor colectivo.