Marco Arauz
Ortega
Subdirector
La grave crisis política en Honduras refleja una polarización que se ha vuelto típica en la región: por un lado, un Presidente que quiere estirar lo más que pueda -forzando la legalidad- su mandato para consolidar su proyecto y, por otro, una oposición también dispuesta a violentar las reglas del juego para frenarlo.
El Ecuador milita en estos días por el primer ‘modelo’. El presidente Rafael Correa ha estado muy activo, no solo para apoyar las decisiones de la Alba, sino para asesorar al presidente Manuel Zelaya: la Senplades, un asambleísta de País, los ex asesores españoles, han dado su contingente para desarrollar el ideario socialista. El propio Correa estuvo hace pocos días en una visita de Estado, y, según sus palabras, compartió sus experiencias, especialmente las relacionadas con la Asamblea.
El otro ‘modelo’ es el que se aplicó con asiduidad en el Ecuador, y a partir de la movilización ciudadana permitió que los partidos tradicionales controlaran el poder, también forzando la legalidad y con participación militar. El esquema se perfeccionó aquí pero no funcionó en Venezuela, cuando en 2002 el presidente Hugo Chávez fue depuesto pero recobró el poder.
Para los opositores, la salida de Zelaya es la consecuencia de sus acciones ilegales que, a causa de un vacío, no pueden ser objeto de interpelación legislativa. Para sus colegas regionales que apoyan el modelo plebiscitario, la oposición es la única responsable.
Los dos ‘modelos’, penosamente, se retroalimentan. De hecho, en el caso ecuatoriano, las tácticas del ‘establishment’ no habrían prosperado sin la democracia tumultuaria; nadie habla hoy de los ‘forajidos’. Pero la mayor coincidencia es que los dos ponen la institucionalidad al servicio de fines políticos coyunturales. Así, estarán condenados a saltar en pedazos cada cierto tiempo.