Redacción Sociedad
Un sonido similar al que producen los sonajeros sale de la mochila de Carlos cuando corre. Son los caramelos de tamarindo que chocan por el movimiento que produce la carrera del menor de 11 años. A toda prisa avanza por la calle Tarqui y 6 de Diciembre, en el centro-norte de Quito, para llegar a la fundación Mi Caleta, a una cuadra.
Está retrasado al campamento vacacional para los niños de la calle. Esta actividad es parte de un gran proyecto que busca la reinserción social de los niños que mendigan y venden algún producto en las calles de Quito.
La asistencia
Según datos del Infa, en Quito existen 2 000 niños, niñas y adolescentes en condición de mendicidad y callejización. 19 familias han recibido ayuda de parte de Mi Caleta. Cinco fueron sometidas a terapia en el centro y en las calles.
47 niños que fueron rescatados de las calles no habían sido inscritos en el Registro Civil. A través de la oficina legal de Mi Caleta lograron hablar con los padres e inscribirlos.
La fundación también brinda ayuda de microcréditos a las familias. Les dan cursos de emprendimiento y los créditos van desde los USD 250 hasta los USD 500. El interés es del 5%.
La campaña Aporta, su vida importa es un acuerdo interinstitucional del Infa, el Consejo Metropolitano de Protección Integral a la Niñez y Adolescencia (Compina), la Empresa Eléctrica Quito (EEQ) y Unicef. La EEQ tiene 800 000 abonados, esperan que el 20% colabore con el plan.
Si usted quiere ayudar a la campaña de reinserción de niños y niñas de la calle puede dirigirse ala calle Tarqui E4-144 y avenida 12 de Octubre, en Quito. O también llamar al teléfono 222 1247. Puede dejar ropa, alimentos, dinero, etc.
La propuesta es reinsertar a los niños y para eso brinda becas de estudios, asistencia a los padres, ofrece controles médicos gratuitos, seguimiento a los niños, además de alimentación.
Desde enero, Mi Caleta asiste a 200 niños, niñas y adolescentes de La Mariscal -desde la 12 de Octubre, hasta la Colón; y desde la Tarqui hasta la Orellana, según la delimitación hecha por esta organización-.
Para fortalecer este proyecto y emprender otros, el lunes se lanzó la campaña Aporta, su vida importa. A través de la planilla de luz, los quiteños puedan colaborar con montos voluntarios desde los USD 0,25.
Con lo recaudado se financiarán el proyecto y los campamentos vacacionales. En el actual, las dinámicas empiezan a las 08:00. Carlos demora 40 minutos en ir a pie desde su casa ubicada en El Tejar. Cuando llega, empuja la puerta y saluda con beso y abrazo a Raquel Lago, una voluntaria española.
Descarga su mochila y se une a la dinámica, que se realiza en el patio. Es jueves, y este día hay una presentación de un grupo de payasos que montó una obra cómica. El objetivo es difundir los derechos de los niños; uno de ellos es el derecho a jugar y eso es lo que hace Carlos.
Una vez que termine la jornada del campamento, a las 13:00, él deberá tomar su mochila y volver a vender en las calles. “Si vengo todos los días me llevarán a la playa y quiero conocer”, comenta Carlos.
En el campamento, que empezó la semana anterior, están 63 niños y niñas de La Mariscal. “Queremos ampliar el plan, pero faltan recursos”, dice Miguel Pérez, coordinador de Mi Caleta. El centro invierte USD 80 000 al año, un capital limitado.
Pero eso desconoce Carlos, quien el jueves no solo quería ir a jugar, sino a despedirse de Tayzon, de 17 años, quien esa noche dejaba la casa de acogida. Él fue reinsertado en su hogar, en Salinas. “Tayzon es mi amigo, él me hacía jugar. Me decía que no coja vicios”, confiesa Carlos. Pero no solo él quería despedirse sino también Gonzalo, de 15 años, otro huésped de Mi Caleta.
Este adolescente ingresó en enero. Lo hallaron en el parque El Ejido, donde vivía junto con su padre y tres hermanos. Dormía en unos cartones, mientras su papá se alcoholizaba. Gonzalo es el más triste por la partida de su amigo, pues lo ha empezado a ver como a un hermano. Por eso, Tayzon puso interés en pasar con él. “Negro, tienes que portarte bien”, le dijo.
Tayzon se tiene que ir, pues en Mi Caleta puede permanecer máximo hasta tener 17 años y él los cumplió el 9 de febrero. “Estuve aquí desde enero, aunque otras veces ya había venido”, señala. Él acudía a clases por una beca que le dieron en la fundación y terminó quinto de básica. Todos los 200 niños se benefician de este programa.
El joven ha vivido en albergues desde los 8 años. “Me escapé de la casa porque mi papá me pegaba. He vivido en la calle, pero yo no he cogido vicio”, dice.
Al mediodía, luego de haber comido junto con Tayzon y Gonzalo, Carlos se retira porque tiene que ir a trabajar. Él labora en la 10 de Agosto y Colón. Allá está su hermana de 8 años y tienen que juntar dinero y darle a su mamá para que compre comida y pañales para su hermanita recién nacida. Él gana un promedio de USD 5 diarios.
“Llamarás, verás. Vendrás a visitar, no serás mala gente”, le dice Carlos y le extiende la mano a Tayzon. Los dos chocan los puños y se abrazan. Ese es el saludo de los niños de la casa.
Llegó la hora de empacar. El chico de 17 años empieza a guardar su pósters de Rakim y Ken-Y, un grupo de reggaetón. En tres mochilas mete su ropa y en una funda negra su colección de los muñecos que salen en los huevos Kinder. Se despidió de todos y Gonzalo empezó a llorar. Ya en la terminal Cumandá, a las 20:50, Tayzon partía hacia Salinas. Pero enseguida empezaba otra historia. La de Xavier, de 15 años, quien quiere ser parte de Mi Caleta.