El mapa político de América Latina está en constante transformación. Bloques radicales, cambios de las reglas de juego y aun escenarios impredecibles con acuerdos novedosos marcan la ruta.
El predominio de una tendencia parece circunscribirse a un grupo de países que están en la órbita del populismo radical y que no se contagia a otras zonas donde los electores optan por vertientes moderadas, y los mandatarios así lo entienden.
En la línea de la búsqueda de las posibilidades de reelección, una estratagema urdida por aquellos a los que el mandato les queda chico y la alternabilidad les suena a derrota, Daniel Ortega en Nicaragua pacta con sus antiguos adversarios y logra forzar las reglas de juego para buscar la reelección. Mientras sectores que surgieron con una tendencia de izquierda moderan su acción de gobierno, como en el caso de Uruguay y Paraguay, en Brasil la continuidad del talante de Lula proyectado en la señora Rousseff va en esa misma línea.
En Perú dos tendencias populistas se juegan la segunda vuelta y el resultado se mira con atención, especialmente en los países vecinos con viejas tensiones y expectativas.
Lo que sí ha sorprendido es la nueva puesta en escena de Colombia con el liderazgo de Juan Manuel Santos. Una tendencia política parecida pero con diferencias sustanciales en el estilo de gobernar causa tensiones entre el Mandatario y su antecesor Álvaro Uribe.
Una foto hizo noticia: el encuentro propiciado por Santos entre el iracundo presidente Chávez y Porfirio Lobo, presidente de Honduras. La búsqueda de una solución a la crisis política hondureña puede ser leída como el intento del Mandatario colombiano por hallar un rol protagónico continental de nuevo tono. Soplan otros vientos.