En la época en que se concebía al país como un todo, en el que la intención era dejar a las futuras generaciones una nación con principios, educación, cultura e instituciones, se creó la Orquesta Sinfónica Nacional (OSNE). Fue la Sociedad Filarmónica de Quito su gran impulsadora, y el doctor Velasco Ibarra quien suscribió el Decreto de su creación. Pensando en no mezclar la política con temas musicales, es decir, armónicos, se contempló dentro de esta organización una Junta Directiva, conformada democráticamente, característica no escrita en la partitura de este Gobierno.
La Junta Directiva se integra con los ministros de Cultura y de Finanzas, y los representantes de los músicos, alma de toda orquesta. Para que las decisiones de la Junta no desafinen con el pentagrama a ejecutar, se le incluyó al director titular de la orquesta. En la ley de creación de la OSNE nada se establece del reemplazo del Director. En el Reglamento a la Ley Constitutiva de la Orquesta Sinfónica se ordena que “en caso de ausencia o impedimento definitivo del Director Técnico Titular, asumirá temporalmente tales funciones el Director Técnico Asistente”, otorgándole únicamente las atribuciones enumeradas en dicho Reglamento. No se le autoriza a participar en la Junta Directiva.
A pesar que el contrato con el Director Titular de la orquesta, el maestro suizo Siffert, fue renovado, los representantes del sector público le “agradecieron” sus servicios. Con este preludio, mal ejecutado, los ministros de Correa asignados a la Junta Directiva incorporaron al Director Técnico Asistente a la Junta, para de esta manera tener mayoría y así adoptar decisiones políticas y no musicales. Ahora podrán tomar resoluciones desafinadas y alejadas de la partitura.
El director de una orquesta debe tener altos conocimientos musicales, y estar bien posicionado a escala internacional, para permitirle mejorar el nivel interpretativo de los integrantes de la sinfónica. Tener la suficiente independencia y personalidad para que las notas musicales superen a las disposiciones partidistas. Personalidad para impedir, como ahora ocurre, que cubanos pasen a trabajar en la orquesta, olvidándose de los ecuatorianos en desempleo.
Si despidieron a un buen director, internacionalmente reconocido, el temor que surge: que se contrate a algún boliviano, iraní o venezolano… me olvidaba, o nicaragüense, que no conozca de corcheas, blancas y negras, pero sí de notas políticas. Habrá que prepararse para que la próxima presentación de la sinfónica “disfrutemos” de la melodía revolucionaria de moda en los sesenta.
¡Ni la música se salva del paso demoledor de los sones ejecutados por el terremoto llamado Revolución Ciudadana!