Una película que nos permite entender la fragilidad de lo humano y la imposibilidad de una fidelidad absoluta ante el amor.
Son dos actores excepcionales. Tan excepcionales para comunicar emociones que casi no necesitan hablar. Y es una historia de amor que se centra en esta tan misteriosa fase que es el momento del enamoramiento, esa especie de hechizo que no es aún el amor porque puede desvanecerse rápidamente o abrirse a lo que será necesario construir para pasar del enamoramiento al amor.
Por lo menos para estos protagonistas, los silencios, los pequeños detalles de la vida cotidiana y la melodía de un violín son los que transmiten lo que ellos no logran decir. Y lo que no logran decir es que su encuentro rompe súbitamente la trama de la cotidianidad y provoca una pequeña revolución interior, cuya expresión francesa, tomber amoureux, traduce a la perfección. Y la película ilustra ese momento de manera transparente.
Los dos, ella, Mademoiselle Chambon, maestra temporal en un pueblo francés, y él, albañil, de alguna manera felizmente casado, padre de un hijo que está justamente en el curso de la maestra, están viviendo, sin siquiera saberlo en sus primeros encuentros, ese trauma que abre la puerta a un incontenible deseo de fusión que ellos reprimirán hasta el momento de perderse por fin el uno en el otro con una intensidad desesperada. El sonido de un violín -ella ha sido una violinista conocida antes de ser maestra- enuncia ese diálogo silencioso que no logra poner palabras a lo evidente y expresa casi por ósmosis lo que de pronto sienten los dos. Probablemente no es lo máximo del cine francés. Sin embargo, esta película me habló más que muchas otras cintas, ruidosas y discursivas, que no dejan tiempo al tiempo cuando se trata del nacimiento del amor. Con Mademoiselle Chambon, el espacio y el tiempo vuelven a tomar importancia y nos permiten entender la fragilidad de lo humano y la imposibilidad de una fidelidad absoluta.
Acabo de acordarme de otra película de cartelera que me gustó mucho y que habla también del amor, un amor perdido: ‘Un hombre solo’, de Tom Ford. Sí, a mis años, me seducen cada vez más la lentitud, el silencio y la vulnerabilidad de los hombres y de las mujeres ante la dureza del mundo y la carencia que habita en el corazón del amor. Es así.
Quiero referirme a dos notas de prensa: la sabia decisión de la Corte Constitucional que eleva el aborto a derecho fundamental y señala la obligatoriedad del Estado a facilitar la interrupción del embarazo, y a Ciudad imaginada, columna de Armando Silva, quien reproduce el desprecio por las feministas de primera generación olvidando que sin ellas no se hubiesen abierto caminos para exigir los derechos de identidades de género y orientaciones sexuales diversas.